Plofero Kelsen, nació en la ciudad prusiana de Krolskraiber,
de padre griego y madre analfabeta, a la edad de 19 años, según Vicente.
Cansado del esfuerzo, se durmió en el asiento trasero del coche de su tío
paterno, que emprendía un viaje de veraneo a la Costa Brava. Esa circunstancia
le obligó a inscribirse en el registro civil de Tolosa como si hubiera nacido
ahí de toda la vida. Para disimular su verdadero origen decía con frecuencia
"sisplau", que quiere decir "perdonen ustedes" y se escribe
de otra manera.
Plofero Kelsen fue un filósofo conceptual, gestáltico y en
sus ratos libres incluso francófono, posiblemente debido a ese primer viaje
entre sueños. Cuando nació ya tenía una espesa barba, de pelo rizado y rebelde,
lo que le llevó a pensar que probablemente había nacido socialista o
sindicalista o las dos cosas. Debido a su aspecto peludo pensó en comprarse
unos pantalones de pana, pero rápidamente descartó la idea, porque, a pesar de
ser un espíritu rebelde como los remolinos de su barba, no quería ser tachado
de friki nada más nacer. Eso habría restado mucha credibilidad a sus inspiradas
y complicadas reflexiones. Por ello, optó por unos pantalones
"cagaos" que dejaban ver la goma de sus calzoncillos y se hizo una
rasta.
Nacer después de la pubertad marcó profundamente su desarrollo emocional. Al no conocer a Heidi, Marco, ni Pikachu, sus referentes sobre el bien y el mal eran escasos. Por eso, ni desarrolló particular cariño por las ovejas, jamás se hubiera embarcado en un viaje sin rumbo para buscar a su progenitora, ni evolucionaría en japonés. Cuando Plofero nació, su madre se hizo polvo y su
padre se hizo el sueco. Demasiado mayor para ir de orfanato en orfanato, ni vivir con familias de acogida, decidió hacerse filósofo, para así quedarse con la peña y evitar que nadie le sugiriera buscarse un trabajo. Sus pensamientos eran tan enigmáticos, que ni los más avezados analistas le entendían. Gracias a las redes sociales y a un amigo que fabricaba sobres de azúcar, pronto se hizo
famoso y rico y todos le aplaudían. España entera se llenó de filosofía kelsiana a través de los envoltorios de azúcar, en detrimento de las obviedades facilmente inteligibles de un tal Coelho. Los bebedores de café con leche incluso recibían doble dosis para fundir su propia empanada mental con la de Plofero. Tanta popularidad abrumó al joven Plofero, ya que nunca había sido representante de quinto curso y, por lo tanto, no estaba acostumbrado a lidiar las masas. Decidió retirarse del mundanal ruido refugiándose en una aldea conquense abandonada. Paseando por la campiña cuajada de flores primaverales llegó hasta un precipicio. Se subió en un roca ligeramente sobresaliente y con voz grave que nunca había conocido la vergüenza puberal exclamó: ¡Gronfel, gronfel! y el eco le devolvió: ¡ Gronfel, gronfel! Plofero rápidamente dedujo: no soy un pato, pero aún puede que sea sindicalista. Este descubrimiento le llenó de alegría y además, le dio mucha hambre. Así que rápidamente se encaminó a la aldea vecina, porque tenía un bar. Ahí se ciscó un plataco de morteruelo acompañado de un vaso de tinto peleón, que se le subió a la cabeza. Envalentonado por los efluvios del alcohol, decidió afeitarse la barba y cortarse la rasta. Nada más ver su faz imberbe y juvenil en el espejo de la barbería exclamó: ¡ O sea, o sea, no me lo puedo creer! ¡Soy un niño bien!
Confuso por su nueva identidad, Plofero compró un cuaderno Din A5 y un
bolígrafo con la bandera de España. Frenéticamente comenzó a perfilar los
cuadritos del papel y luego a rellenar uno sí uno no, mientras su mente urdía
planes de liberación para los pollos de granja. También pensó en alistarse en
la Legión, pero le pareció que se alejaría demasiado de su querida Francia de
paso. Aunque, por otra parte, en África encontraría mucho francófono. Sin
embargo, la ausencia de bacon y tinto de verano, así como la certeza de que su
madre no estaba ahí le persuadieron de acometer semejante aventura. Era
preferible profundizar en la comunicación de su trascendencia mediante 144
caracteres... continuará o no