domingo, 6 de marzo de 2016

Guerra de primavera


       Todo empezó hace unas dos semanas. El anuncio de la primavera no vino de mano de la publicidad de unos grandes almacenes. Ni siquiera coincidió con el calendario oficial. El anuncio me lo hizo una hormiga exploradora que cruzaba la pantalla de mi ordenador, mediante su mera presencia: Hace calor, nos hemos despertado y venimos a ver qué hay de papeo en tu/nuestra casa, no importa que sean residuos, miguitas de lo que sea o comestibles en perfectas condiciones. Yo soy solo una de miles. Mi reina se ha puesto a poner huevos a troche y moche y mis hermanitas tienen hambre. Como comprenderás, vamos a ser insistentes, pertinaces, recurrentes, invasivas, implacables y todo ello con una disciplina que ya quisieran los germanos.

      Confieso que siento cierta fascinación por las hormigas a la par que un sentimiento amor-odio. Al observar una fila de hormigas haciendo un recorrido, se puede ver como siempre, absolutamente siempre, todas se comunican con todas rozando sus antenitas. No importa cómo lo hacen, pero el mensaje es claro: en tal sitio hay condumio. No es que las hormigas no tengan un derecho legítimo, un derecho natural a alimentarse como toda criatura, lo que me molesta es que lo hagan en mi casa.

      Es más, no es que vengan a mi casa y se lleven las migas de pan que no hemos barrido, es que lo husmean todo y a la que te descuidas las tienes poniéndose ciegas con la “bomba de chocolate” con la que me quería dar yo un chute de endorfinas. Convendrán ustedes que eso despierta instintos asesinos. O sea, me doy un paseo de quince minutos hasta la panadería para mercarme el susodicho pastelito, icono de gula femenina premenstrual, y resulta que la marabunta recorre quince centímetros desde el enchufe por donde tienen su puerta secreta hasta mi amada y predestinada bomba de chocolate y la colonizan. ¡Un puñetero manto de hormigas frenéticas muerden, comen y cortan a cachitos minúsculos MI capricho!

¡Pues va a ser que no! 
Soldados, obreras, su majestad y el hormigón armado: ¡Es la guerra! 

      Creía que aplastar con el dedo a vuestras exploradoras era aviso suficiente, pero no. Ya veo que no os amedrentáis. ¡Pues yo no me ando con chiquitas y la bomba de chocolate es mía! 

      Rauda traigo y enchufo la aspiradora. Con el mando al desnudo succiono generaciones enteras de sorprendidas hormigas. No tardo mucho en dejar mi pastelito limpito de nuevo. Siempre puede más el ansia que los escrúpulos si no hay otro dulce en la casa. ¿Otro dulce en la casa? El horror de mi bomba de chocolate colonizada no me había dejado ver la autopista de seis carriles y medio (es que zigzaguean mucho) que se dirigía implacablemente hacia los goznes de mi despensa. ¡ Ah, no! ¡Esto sí que no! ¡ My home is my castle and su despensa su alma mater! Yo tampoco he leído El Arte de la Guerra de Sun Tzu (aún) y en estos momentos no descarto que se trate de una gran laguna cultural.

      Con cara de asesina en serie dirijo el tubo de la aspiradora hacia la maratón pro despensa y arraso: Highway to hell en la bolsa de la aspiradora. Son tantas que se oye un frufrú al aspirar que suena a música heavy metal. Abro la puerta de la despensa y ¡horror! ¡Están por todas partes! Un hervidero de hormigas sube y baja por doquier, escalando por las cajitas de te, en dirección opuesta a su entrada. Final station es el azucarero, tan lleno, que en vez de azúcar moreno parece azúcar negro. El azúcar se convierte en daño colateral, mientras ellas fenecen succionadas por un oscuro destino.

      Frenéticamente recorro cada rincón, cada paquete y bote, cada bolsa, cada caja, cada arista y toda superficie con el tubo de la aspiradora. ¡Morid, intrusas, ladronas, gorronas, morid! Si os hubierais conformado con las migas del suelo, tal vez habría sentido piedad, tal vez, pero no invadiendo una armario sagrado. Fru, fru, fru, no se acaba no. Fru, fru, fru, al tubo te vas tu. Venga salir de los pliegues de alguna caja con gesto de - ¿Hola? ¿Dónde estáis? ¿Compañeraaaaaa? ¡Fru! ¡Fru! ¡Fru!

      Tras 15 minutos de batalla cruenta no queda enemigo a la vista. Sonrío satisfecha, pero sé que no puedo saborear mi victoria. Esto sólo es el principio de una desesperada y pertinaz guerra de supervivencia y me temo, que hasta puede que yo lleve las de perder, porque no paro de pensar que esa gran familia de hormigas excava grandes laberintos de perfectos caminos por las paredes de mi casa y que a la fuerza, algún día la dejarán como un colador. Solo es cuestión de tiempo, que se desplome cual castillo de naipes, aunque no cejaré en mi empeño de combatir con fiereza al enemigo. Voy a considerar armas biológicas, químicas y la masilla “repara grietas” como armas a emplear mañana. Mientras tanto repetiré mis implacables incursiones cada media hora en lo que será una fase de guerra de desgaste. Digo yo, que lo de poner huevos tendrá un límite, ¿no?