lunes, 3 de marzo de 2014

La golosa

          Érase una vez una joven muy golosa que se enamoró de un pastelero. Él le hacía sus mejores pasteles y ella los disfrutaba con auténtica devoción. Se daba unos tremendos atracones. Pero siempre que ella le pedía que le hiciera su pastel favorito, él se ponía serio, taciturno y dejaba de disfrutar al verla comer. Dejó de hacerle su pastel favorito. En contadas ocasiones, como para su cumpleaños, él se avenía a hacerle su pastel favorito, pero lo hacía con desgana. No ponía cuidado en los ingredientes, ni en la elaboración. Lo hacía a la correprisa como si fuera un castigo para él. Cuando ella se quejaba obtenía la callada por respuesta.

            Con el tiempo, el pastelero fue perfeccionando su arte y la joven golosa disfrutaba cada día más con sus dulces. El pastelero era muy celoso y le decía: - Mis pasteles son solo para ti y solo tú los disfrutarás, pero a cambio debes prometerme que nunca comerás los pasteles de otro pastelero, por mucho que te tiente su escaparate. Y así lo hizo. Se casaron, y aunque no tuvieron hijos y no todo era perfecto, ella era feliz con su pastelero y los dulces que le preparaba. Ella no dejó de mirar otros escaparates porque era muy golosa. Incluso olisqueaba los aromas de otros pasteles, pero nunca jamás probó siquiera un pellizco de los ricos manjares que ofrecían otros pasteleros. Compraba empanadillas de carne y de atún en cualquier establecimiento, pero solo comía los dulces que le preparaba su pastelero cada día con mayor maestría.

            Un día, por casualidad, por suerte o porque el diablo se aburría, un joven pastelero le ofreció empanadillas. Era simpático y dicharachero. Hablando, hablando le confesó ser tan goloso como ella y que su recetario era de lo más extravagante. Ella se asomó con descaro a su escaparate sabiendo que eran dulces prohibidos, pero le gustaba que los olores, colores y formas de sus pasteles le tentaran. Y se imaginaba saboreando desde las recetas más tradicionales hasta las más novedosas y atrevidas. Pero sobre todo algo le atraía con fuerza poderosa a ese escaparate prohibido: ahí estaba en el centro del escaparate y sobre un pedestal, su pastel favorito. Ese pastel que tanto añoraba y cuyo disfrute le hacía perder el sentido como ningún otro. Tanto le gustaba, que sospechaba que jamás se hartaría con él.

            Otro día, el jovencito pastelero comenzó a relatarle sus recetas, sus ingredientes y proporciones, sus composiciones y sus ansias por probar nuevos ingredientes, nuevos sabores y con ello, nuevas sensaciones solo aptas para los más golosos. Ella le escuchaba con atención y devoción. La boca se le hacía agua y se extasiaba solo con imaginar el placer de semejantes dulces.
                    Me gusta la canela, decía con un ruego.
                    Yo te daré canela, toda la que quieras, que mi despensa está llena y por darte en el gusto esparciré una brizna de canela en cada pastel, que me gusta darle ese aroma a mis dulces y más me gusta que te guste a ti. Porque el sueño de un pastelero es encontrar una mujer golosa y cuanto más ansías mis pasteles, más ganas tengo de hacértelos, tan grandes y tan sabrosos que reboses de satisfacción.
                    Deseo comer tus pasteles. Me duele el estómago de tanta hambre que me da oírte, decía ella. - Pero no debo comer pasteles que no sean de mi pastelero. Lo prometí y lo he cumplido por más de diez años.
                    Yo ardo en deseos de que pruebes mis recetas, sobre todo tu dulce preferido, que me muero por sentir como tu gula se hace éxtasis, le susurraba él, pero no quiero ser el responsable de tu desdicha.
Y ella la instaba: - Déjame ver tu horno. Quiero conocer donde cocinas. Enséñame tu uniforme. ¿De qué color son tus botones?... Pero él se excusaba de mil maneras: - No puedes venir, porque tengo que hacer muchas empanadillas; no tengo tiempo, porque he de limpiar el horno; no puedo, porque mi madre me lava hoy el uniforme y yo he de vigilar como gira el tambor de la lavadora...

            Pero llegada la noche, mientras su marido trabajaba en su propio horno, por teléfono el joven le susurraba sus recetas. - ¿Te gustan mis propuestas, golosa, espolvoreadas de canela? - Sííí, gemía ella, dejando que todos esos sabores explosionaran en su imaginación. Así siguió durante mucho tiempo, oyendo relatos sobre el buen hacer del joven pastelero y cuando comía con ansia los dulces de su propio marido pastelero, en su mente se mezclaban las recetas y, a veces, le sabían doblemente mejor y otras se le cortaba la nata. Los relatos eran cada vez más frecuentes. El joven pastelero disfrutaba contando y escuchando como ella se deleitaba. Ella por su parte, aguardaba con ansia sus relatos de recetas extraordinarias. Día y noche pensaba en esos pasteles prohibidos y día y noche el estómago le rugía y la boca se le hacía agua.

            Hasta que un día no lo pudo soportar más y se fue a la pastelería del joven. - Ábreme la puerta y déjame que pruebe tus manjares. Sobre todo, si dejas que me empache de mi pastel favorito, cataré cualquier receta que me propongas. Comeré de tu mano si me das ese dulce que tanto anhelo. Con regañadientes él accedió y al ver que era cierto que ella verdaderamente era muy golosa, él disfrutó dándole a probar sus recetas más tradicionales y una buena ración de su pastel preferido hasta que quedó satisfecho y cansado de tanto hacer. Ella disfrutó intensamente, dejándose llevar por aquellos sabores, que no eran nuevos, pero sí eran prohibidos. En especial gozó devorando su pastel favorito, pero por mucho que comiera de uno u otro, no consiguió saciar su apetito.

            A partir de ese día, para ella todo cambió. Miraba a su viejo pastelero que había alcanzado la maestría, pero no podía borrar de sus recuerdos las recetas del joven. Le vinieron dolores de estómago, indigestiones varias de tanto azúcar, pero su ansia por los dulces no cesaba, no menguaba, no le dejaba vivir. Cuando estaba con su viejo pastelero lo miraba con compasión, con el corazón en un puño por los remordimientos y sin hablarle le decía: ' Ya no soy quien tú crees que soy. Adoro tus pasteles, pero he comido dulces prohibidos. No me han dejado ahíta, pero estaban tan dulces y sabrosos que quiero más. Y te lo contaría, incluso los compartiría contigo, pero si te lo confieso, dejarás de hacer pasteles para mí y yo moriré de hambre.' Así que guardó su secreto bajo siete llaves y siguió escuchando recetas con canela y visitando al joven pastelero cuando su marido no estaba.

            Sin embargo, el joven se hacía de rogar. - No tengo tiempo de hacerte mis pasteles. Te tienes que conformar con la receta e imaginártelos. Y cuando le visitaba pedía: - Come de mi mano los pasteles que yo quiera y la próxima vez te haré tu pastel predilecto para que te hartes hasta que revientes de placer, que estoy deseando verte disfrutar con él, pero hoy no, que estoy cansado de tanto batir claras a punto de nieve. Una visita tras otra la despachaba con recetas tradicionales y no le hacía el dulce ansiado y favorito. - Come de mi mano y te lo daré otro día. Y ella comía y saboreaba y gozaba, pero no se saciaba y todo le sabía a poco, porque lo que más deseaba era su pastel preferido, porque el placer de saborear ese pastel no tenía parangón. Solo un bocadito de ese manjar era mejor que todos los demás juntos. - Come deprisa, que mañana tengo que madrugar para hacer muchas empanadillas y me faltan ingredientes y me falla la maquinaria y me agobio haciendo empanadillas, pero con ellas pago la luz de mi horno. Come deprisa golosa, y come los pasteles que a mí más me gusta verte comer. - ¿Y mi favorito?, suplicaba ella. - Come y calla, que sé que estos también te gustan y estos ya los tengo hechos. Ella comía y gozaba, pero no se satisfacía y la añoranza por su dulce predilecto le hacía sentir cada día más pena. Había traicionado a  su viejo pastelero por comer su pastel favorito, pero ni comía ese dulce, ni encontraba canela en los otros, que habrían hecho de un pastel convencional un pastelito excepcional.

Un día, tras una noche sabrosa, pero nuevamente sin catar ni la crema de su dulce preferido, se marchó de la pastelería del joven pastelero sintiendo un gran vacío en su estómago y dándose cuenta que se sentía profundamente triste, desdichada y miserable y que tanto dulce seguramente acabaría en diabetes y dando con su cuerpo al traste. Lloró amargamente durante el camino. Lloró con arrepentimiento durante todo el día, y seguirá llorando por siempre su traición imperdonable.


¿Moraleja?

domingo, 23 de febrero de 2014

La piscina

     Nadar es el deporte más sano dicen los médicos y de los pocos que esa carretera secundaria que tengo por columna recibe con agrado. Así, en un acto de sentido de la responsabilidad y fuerza de voluntad me saqué un bono con treinta pases para la piscina municipal. Estaba dispuesta a superarme cada día añadiendo como mínimo 100 metros, o sea cuatro largos, a mi anterior marca. La primera vez que fui superé mis expectativas con creces. Después de todo el tocino flota. Mi pequeño triunfo me llenó de euforia y adrenalina. Por un momento fui Ariel, la Sirenita. Una vez sentada al volante de mi coche agradecí la dirección asistida, porque me invadió un tembleque de agotamiento que bajó mi autoestima otra vez a los niveles habituales y me hizo recordar los otros inconvenientes de mi proyecto de mejora de mi salud física:

     Cuando llegas a las instalaciones de la piscina, al entrar se siente mucho calor, lo que invita a desnudarse y ponerse el bañador. Pero una vez llevas puesto el bañador, las chanclas, el gorro y las gafas en lo alto de la frente, en disposición de quemar calorías y poner el cuerpo en forma, hay que recorrer un pasillo desde los vestidores hasta la entrada de las duchas previas al chapuzón, que a mi se me antoja húmedo y resbaladizo, pero sobre todo demasiado fresquito. Desde que sales del vestuario hay que luchar contra la temperatura externa para mantener a raya la propia temperatura corporal. Llegas hasta la ducha ya con los pezones como el timbre de un castillo. El agua resulta caliente sobre los pies encogidos del frío, pero sobre la espalda parece el agua de una cubitera de hielo. Encima no puedes gritar ni decir animaladas porque estás en un sitio público donde aparentemente todos están de buen rollo y buena gana y solo tu vas porque debes, no porque quieras.
     Caminas con tus chanclas mojadas con andares de pato para no resbalar hasta el banco de listones de pino. No te sientas, porque los listones de pino se incrustan en los muslos a los cinco segundos de poner tus posaderas en ellos, dejando unas antiestéticas rayas rojas horizontales y no hay porqué añadir más horror al espectáculo. Así que dejas la toalla moderna de microfibra, de las de “se acabó el frotar”, porque se pegan sobre el cuerpo como papel de cocina privándote del placer exfoliante de una buena toalla rasposa de rizo secada al sol, sobre el banco. 

      Te giras. Suspiras y miras a los bañistas como si fuera la primera vez que asistes a una reunión de alcohólicos anónimos: Soy Aidana y vengo porque tengo que nadar. Mis músculos están de adorno, mi esqueleto se desmonta, me muevo poco. Mea culpa. Pones cara de disimulo, le echas lo que hay que echarle, caminas hacia la piscina y lo ves todo a cuadros. La piscina es como una hoja excel en tres dimensiones. Las baldosas del suelo son celdas, las ventanas son celdas, las vigas del techo son celdas y las calles marcadas con cadenas de bolas de plástico del la piscina son celdas. Te sujetas a la escalera con la obligación auto-impuesta de rellenar las celdas con ejercicio. Columnas de estilos de natación, crowl, braza, espalda crowl, espalda braza. La de mariposa siempre se queda en blanco.

     El agua está fría y muy mojada. Me llega por las rodillas y el choque de temperatura que se avecina – mi vergüenza torera me impide salir corriendo aunque ganas no me faltan – no me resulta nada atractivo. Si es que no se me ha perdido nada en el agua. ¡Que yo soy de secano! ¿ Qué significa ese cono rojo en la cabeza de la calle? Ah, las calles de natación libre son las de cono verde. Salgo otra vez. Hay dos calles con cono verde. Una en medio y la otra en el lado opuesto a donde yo estoy. Me encamino con los pies chorreando y mucho cuidado de no resbalar hacia las calles disponibles. Todas están ocupadas por varias personas. Vaya, o nado o nada. A poner números en las celdas. 

     Aprovecho un hueco entre nadadores y me tiro de cabeza. Vuelo. No hay marcha atrás. El impacto en el líquido elemento es inminente. Me zambulliré como un delfín, porque una no tendrá tipo, pero tiene estilo. Me hundiré en el agua fría. ¡Aaahhh! ¡Nada! ¡Nada! ¡Nada, o morirás de hipotermia! ¿Porque yo, madre mía? ¡Nada! Lanzo los brazos con desesperación en el alma. Sacudo la piernas como si me quisiera sacudir el agua de encima. Menos mal que si lloro no se nota. Pero eso sí, con estilo y con dificultad para acordarme de respirar. Sé que debo sacar la cabeza del agua alternando el lado derecho con el izquierdo, pero en ese lado siempre acabo por tragar agua. Nado. Uno, uno, uno. Me repito el número del primer largo que me estoy haciendo. Estoy entrando en calor y asfixiándome. ¡Aguanta, nena, tu puedes! Nado más despacio. Acompaso la respiración y ¡sí! Me deslizo por el agua hasta que me encuentro unos pies delante de mi. Freno. De frente viene alguien también. La Sirenita habría pasado por debajo buceando. Como no soy la Sirenita cambio a braza y persigo los pies de un desconocido a distancia prudencial. Por fin vislumbro el borde de la piscina. Llego con cierta entereza, pero no hay tiempo ni sitio para permanecer mucho rato. ¿No querías nadar? Dos. Dos. Dos. En realidad en el primer largo no he hecho un uno en la casilla de crowl. La braza se ha llevado lo menos un veinte por cien del largo. Me van a salir decimales. Me estoy rayando. Me aburro. ¿Ya? ¡Ya! Aguanto estoicamente hasta veinte largos. Se me hace interminable. Medio kilómetro es más que suficiente.


    Decidida nado a la escalera más próxima a mis chancletas y descubro que mientras nadaba ha aumentado la fuerza de gravedad fuera del agua. Con rodillas temblorosas recojo mi toalla y vuelvo a hacer el paseíllo hasta las duchas y a los vestuarios y juraría que hace mucho más frío que cuando llegué. Las duchas de los vestuarios no tienen manivela para regular la temperatura. El agua sale sin fuerza y tibia. Enjuagarse el pelo es una odisea. Me pego la toalla al cuerpo y con otra envuelvo el pelo. Toca vestirse sin pisar el suelo con los pies mojados, ni las chanclas o el suelo con los calcetines puestos. Luego viene lo de arreglarse y secarse el pelo, porque fuera hace frío. Y mientras me visto pensando que al llegar a casa me he de desvestir otra vez, un run-run hace presencia en el estómago. Se llama hambre de posguerra y lo produce mi cuerpo al grito de ¡ Devuélveme mis calorías! La carne es débil y me conducirá derecha a la nevera en cuanto llegue a casa, pero por un momento he sido una sirena surcando el agua. Como ya sé lo que es, no tengo muchas ganas de repetir. ¿ Para qué engañarse? Sin embargo, he de volver...

martes, 14 de enero de 2014

El despropósito de año nuevo

Una vez pasada la chorrilera de fiestas con sus respectivas comilonas de antes, durante y después, retomamos el mismo propósito de todos los años, ese que hemos abandonado por igual todos los años por loable y necesario que fuera: perder x kilos. Hay que decir, que si el primer año en el que uno o una se hizo dicho propósito ya falló, entonces el siguiente año ya es (x + y) kilos, luego ( x + y + z) y así sucesivamente se van añadiendo cualesquiera letras del abecedario en sustitución de una más o menos bochornosa cifra. Si además se tiene familia en edad de comuniones, bodas y bautizos y, por otra parte, se es sociable y tiende a relacionarse con frecuencia con familiares y amigos frecuentando bares, restaurantes, pubs o discotecas, si incluso se tiene tal afición por los placeres orales de la vida que en la propia casa nunca faltan las bebidas alcohólicas y los manjares alentadores del pecado de la gula, los signos “+” de la arriba mencionada ecuación pronto darán un importante giro en tu vida, o sea, se convertirán en signos de multiplicación: *

¡Horror de los horrores! ¿Tu báscula no te quiere? ¿Crees que pesa demás porque es de las malas, de las de la rosca que hay que volver a ajustar cada vez que uno se sube y se baja porque siempre se queda enganchada en la rayita de 2,5 kilos? Espera a pesarte en la báscula digital de tu madre y verás lo que es crueldad: una báscula cruel que pesa lo menos 2,5 kilos más que la versión cutre de tu casa, una sonrisa materna cruel y el comentario cruel: “Si ya te decía yo que habías engordado, y sin necesidad de báscula”. Y ese día de verdades despiadadas descubrirás, que los amigos de verdad son los jerséis holgados y los pantalones de cinturilla elástica y que la única y verdadera razón de tu desdicha es que la secadora encoge mucho la ropa, y que si te quitas las gafas te verás mucho mejor, porque las gafas son de aumento y de astigmatismo. Sin ellas te ves como hace tres años y con un estético difuminado de los contornos, como en una foto artística, o sea, te ves bien, porque no te ves.


Entonces es cuando en un arranque positivista alzas mentalmente el puño hacia el cielo, cual Scarlett O’Hara en ‘Lo que el viento se llevó’, y juras y prometes, porfías incluso, pones a Dios por testigo, a tu pareja, a los compañeros del trabajo, los vecinos, familia, amigos, parientes o a tu borrosa y menguada imagen del espejo, de que este año sí, este año definitivamente sí, que de este año no pasa… que vas a perder los x + y + z + a + b + c … kilos que te sobran y que además lo vas a hacer a conciencia: ¡dieta y ejercicio! Hay que hacer las dos cosas. Eso lo sabe todo el mundo. También todo el mundo sabe que eso solo lo hacen los que no necesitan hacerlo. Los demás lo van anunciando a bombo y platillo, como si comunicando sus intenciones ya tuvieran medio camino recorrido. Anunciar la intención de adelgazar y hacer ejercicio produce satisfacción mental, porque tomar decisiones significa resolver problemas y eso siempre resulta psicologicamente gratificante. Una vez tomada la crucial decisión de innovar radicalmente los hábitos – me troncho y me parto - para solucionar el problema del sobrepeso y ante el estado de satisfacción que produce decidirlo y anunciarlo – la publicidad obliga -, chorrito de endorfinas expandiéndose por el torrente sanguíneo, lo dado es despedirse de los hábitos perniciosos celebrándolo con alguien tomando unas cervecitas y unas tapitas en el bar, que tampoco hay que precipitarse teniendo todo un año por delante. ¿Habrá meses?

domingo, 24 de noviembre de 2013

Proyecto genético terrícolas inteligentes

Hoy tenemos con nosotros a nuestro amigo Dios. Nos va a hablar de su proyecto genético de terrícolas inteligentes. ¡ Un aplauso para Dios! Dios se levanta y se encamina al estrado, acompañado por los efusivos aplausos de los asistentes. Alza sonriente la mano y saluda con una abierta sonrisa a su público entregado. Poco a poco los aplausos se apagan y Dios comienza su discurso:
“Como todos recordaréis, centré mis estudios genéticos en el planeta tierra por su idoneidad climática. Utilizando prototipos cuya biología ya había mostrado su adaptación al medio, alteré los genes responsables del desarrollo cerebral, cambié algunas estructuras óseas y musculares, pero reduje sus habilidades sensitivas, de manera que les es imposible deducir la razón de su existencia. Se autodenominan humanos.

En muy poco tiempo han conseguido desarrollar estructuras sociales muy complejas y la mera supervivencia propia, de sus genes y de su especie ha dejado de ser su único motor vital. En ello ha influido ampliamente el incremento de la masa encefálica, la postura erecta y la liberalización completa de las extremidades anteriores. Han desarrollado curiosidad, fantasía, humor, sentido de la belleza y han incrementado considerablemente la variedad de sentimientos. Gracias a esta eclosión intelectual, el sistema de jerarquías sociales y territoriales ha desarrollado tal complejidad, que la búsqueda del liderazgo dentro de la manada puede llevar a un individuo a decidir el destino de muchas manadas aunque biologicamente esté destronado.

Han desarrollado muy variadas concepciones éticas sobre el bien y el mal, pero son capaces de aplicar diferentes códigos morales según su conveniencia. Así pueden darse individuos altamente beneficiosos para su propia manada, pero en igual o mayor proporción dañinos para otros individuos de su misma especie, incluso peligrosos para la supervivencia de toda la especie y del planeta entero. Existe una pauta constante de comportamiento que consiste en abusar en beneficio propio o del círculo íntimo más cercano de los principios morales establecidos. Particularmente disfuncional es la interacción entre machos y hembras, ya que a diferencia de otras especies, los machos conciben a las hembras como un rival más peligroso que a otros rivales machos. Y lo más gracioso es que la gran mayoría cree que yo lo quiero así. De hecho, cometen increíbles atrocidades hacia los miembros de su propia especie, en especial contra las hembras, excusándose y justificándose en todo tipo de historias inventadas sobre mí y supuestas reglas de comportamiento y actos de adulación hacia mi persona, que se han convertido en la base de su comportamiento social. Algunos hasta creen que les voy a premiar por agredir a otros miembros de su especie que no crean lo mismo que ellos creen sobre mi. No todas las teorías sobre mi son iguales. Hay varias teorías predominantes, a cada cuál más absurda, pero no por ello menos funcional, ya que su objetivo final es el poder mediante control de la masa de individuos, otorgando a cada macho y hembra un rol, que supuestamente obedece a directrices mías, pero que en verdad redunda en beneficio propio de unos pocos.

El crecimiento exponencial de la especie ha llevado a estructuras de poder manifiestas, que en realidad obedecen a estructuras de poder ocultas, cuyo objetivo final es el control de los recursos, que aunque abundantes en la tierra, son mal aprovechados por la especie humana. Se podría decir que su comportamiento con el propio entorno es parasitario, de forma que los recursos acabarán por escasear. Algunos clanes han previsto que su futuro es incierto y llevan generaciones planeando y desarrollando control sobre los recursos, sobre las creencias, ideologías y alcance de conocimiento y desarrollo económico social de los demás miembros de su especie. El grueso de los individuos de la especie humana no es consciente hasta qué punto son considerados por los poderosos miembros prescindibles de la especie. Los que toman conciencia se topan con su impotencia como miembro individual en el mejor de los casos y con su egocentrismo en la mayoría de ellos. Estaba estudiando ciertas modificaciones genéticas en los humanos para eliminar las disfuncionalidades negativas hacia los miembros de la propia especie, pero se han convertido en parte estructural del complejo social. Además, el abuso sobre los recursos está provocando grandes alteraciones climáticas en la tierra, de forma que la evolución y supervivencia de toda la especie humana y de muchas otras que he implantado sobre la tierra se va a ver seriamente comprometida y he decidido esperar a ver qué ocurre, en vez de intervenir.


Queridos amigos, no quiero cansarles más con mis explicaciones sino ofrecerles el increíble espectáculo de mi experimento genético de los autodenominados humanos. ¡Luces fuera y dentro grabación de lo que para ellos son los últimos 6000 años de vida sobre la tierra! ¡Espero que se diviertan y gracias por su atención!  

viernes, 11 de octubre de 2013

Cuando las musas tienen la boca llena

Son las 7,30 h de la mañana de un lunes cualquiera. Tras sonar mi despertador discuto en sueños, pero acaloradamente, con Morfeo. – Quédate un rato más, me insiste cansino. – Que no, que tengo que irme al trabajo, que está a 170 km de mi casa, en el sur, en Almería. Después de una ducha y un café cargado, Morfeo se rinde. Afrodita sigue dormida y despeinada en el butacón de mi dormitorio. De vez en cuando suspira en sueños, prácticamente gime en sueños, y me desagarra el alma cuando salgo sigilosamente por la puerta echando una última mirada a mi amor. Mi hijo también duerme todavía. Así que, nadie, ni el perro me despide.

Monto en mi Peugeot 207 Mito. En el asiento del copiloto está Talía, musa de la comedia y la poesía bucólica. Detrás, Erato, musa de la poesía lírico-amorosa y Calíope, musa de la elocuencia, belleza y poesía épica. En medio de ellas, Momo, Dios de la sátira, las burlas y los poetas. Es un buen amigo desde hace muchos años. Nos entendemos muy bien, aunque le gusta pincharme.

Enciendo la radio para escuchar música con la esperanza de que las musas alegren la cara. A ver si entre todos coreamos alguna canción, a ver si me inspiran algo. Pero no. No les gusta el paisaje. Conforme nos acercamos al sur, el desierto se hace más presente. Cada vez hay menos verde y más montañas peladas. Rocas tristes, paisajes agrestes, matorrales pardos y resecos.

Momo:           - ¡Observad ese paisaje! Te podrías haber llevado a Melpómene (musa de la tragedia)
Yo:                -  ¡Muy gracioso! La misma broma que la semana pasada. ¿Dónde está tu originalidad?
Momo:           - La culpa no es mía. ¡Mira a estas tres tristes musas! Cada día más gordas, igual que tu.
Talía, bosteza: - Ja, ja, ja. Me troncho y me parto.
Calíope:          -¿Y qué quieres? No hay otra cosa que hacer. Comer, trabajar, comer, trabajar, comer, dormir. Lo que no entiendo es que hacen aquí tantos Dioses y está claro que la culpa de esto rulos que nos están saliendo es de ellos.  Lo único bonito es la playa, pero de eso hay en todas partes.
Momo:            - Pues a mí me fascina la mezcla de culturas, con gente de todos los colores, de todos los países, de todas las culturas, de todas las religiones. Es muy divertido.
Calíope:          - A falta de colorido en el paisaje, que todo es pardo, bueno es el colorido de los mortales. Debe ser por eso, que están aquí Hestia, Dioniso, Hebe y los primos Baco y Vesta.
Erato:             - Están aquí, porque los almerienses aman la agricultura y la comida por encima de todas las cosas. Si no fuera por ese amor, Demeter no les habría consentido hacer del otoño una primavera y del invierno un verano, convirtiendo el desierto en una huerta bajo un mar de plástico.
Talía:             - Claro, y proporcionándole un estupendo patio de juegos a Eolo. A todas horas soplando ora de levante, ora de poniente. ¡Pesado!No hay manera de llevar el pelo en condiciones. El monte pelado, la llanura un espejo de plástico, no queda otra que irse al bar mientras Aidana trabaja.
Calíope:         - Eso mismo deben de haber pensado Hestia, Dioniso y Hebe. Lo de la bebida acompañada de una tapita es una idea genial. Me alegro de que Hestia les haya inspirado el arte de la gastronomía. ¡Cuánta variedad de ingredientes y formas de combinarlos, cuántos sabores, cuántos aromas! Por no decir la gracia que tienen esas raciones pequeñas, las tapas, que te permiten probar de todo un poco.
Momo:          - Pues por eso estáis cada día más gordas, incluida tú, querida Aidana.
Yo:               - Yo ya he empezado a hacer ejercicio todas las noches. Pero ellas no hacen nada para inspirarme alguna historia divertida, ni tú das sugerencias. Os habéis vuelto sosas, mudos acompañantes. Mi mente está desierta como el paisaje.
Momo:          - Querida, ¿a quién quieres engañar? Si después de andar te vas al bar, le sonríes a Dioniso y Hebe cuando te traen un tinto de verano y alabas las artes culinarias de Hestia. Deja de llevarte las musas al bar, que con la boca llena no se habla, así que no te van a inspirar nada. Y mientras tengan las panzas llenas y solo hagan digestiones, menos te inspirarán. ¡Míralas, más que musas parecen mustias!
Calíope:        - Te advierto, querida Aidana. Si te seguimos hasta aquí, es porque estos almerienses son unos artistas de los fogones. ¿Si no de qué? Es más, mira que te digo: creo que hasta que no hayamos probado todas las tapas y repetido muchas veces las más buenas, no se nos va a ocurrir nada de nada.
Yo:               - ¡Eso es chantaje! Además, yo quiero adelgazar lo menos 8 kilos.

Momo:          - Querida, mal sitio has elegido para eso.

martes, 10 de septiembre de 2013

Test de medio ambiente

Hoy ha vuelto a empezar el colegio, al menos para los más pequeños y a mi me ha entrado un correo electrónico sugiriéndome volver a estudiar también. Una conocida escuela empresarial que oferta títulos de postgrado, masters, de los que tienen mucho prestigio en la empresa privada, pero que no dan créditos oficiales, o sea, créditos universitarios, y que por ello para la administración pública española tienen menos valor que una etiqueta de anís del mono, me ha ofrecido una beca para estudiar un máster en medio ambiente. Estoy doblemente sorprendida: una, porque me sorprende que una empresa privada me ofrezca una beca, cuando la administración nunca me ha hecho tal ofrecimiento - una siempre ha estado fuera de plazo para cualquier convocatoria, incluso para nacer - y otra, porque estudiar el medio ambiente tiene que ser, como su propio nombre indica, un estudio incompleto. ¿Dónde queda la otra mitad? ¿Acaso hay que cursar un segundo máster, seguramente ya sin beca, para saberse todo lo que hay que saber sobre el ambiente? ¿Cuánto hay que saber sobre el ambiente, para rellenar un máster, o dos si son pequeñitos, con información útil y necesaria?
¿Cuánto sabemos, ustedes, queridos lectores, y una servidora sobre el medio o entero ambiente? Para salir de dudas, he preparado un pequeño test de ocho preguntas, en las que hay contestaciones a elegir, o a desarrollar.

1. En un ambiente alcalino, se mezclan dos partes de sulfuro.... noooo, que es broma. Ahora en serio:

Test de auto-evaluación sobre el 1/2 ambiente:

Pregunta 1: Tiene usted una botella de plástico PET y se encuentra delante de una fila de cubos de basura de diferentes colores. ¿En cuál de ellos debe echar la botella, si quiere ser un ciudadano de pro que recicla?
a) el amarillo
b) el azul
c) el verde
d) estoy exento de reciclar porque soy daltónico
c) en mi calle solo hay un cubo de la basura y nunca me he fijado de qué color es.

Pregunta 2: En la silueta de un país imaginario o un croquis de su propio país si se atreve, dibuje isobaras. Nota: puede usar lápices de colores y tantos folios como estime conveniente.

Pregunta 3: ¿Qué tiene que ver el cerco de la luna con las nevadas, según la sabiduría popular? ¿Existe alguna relación con la canícula? (min. 50 palabras)

Pregunta 4: ¿A qué fecha exacta del calendario gregoriano se refiere el 40 de mayo y porqué no es recomendable quitarse el sayo? Razone la respuesta.

Pregunta 5: ¿Explique la diferencia entre polución diurna y polución nocturna?  ¿Cuál le incomoda más y porqué?

Pregunta 6: ¿En qué se queda el conocimiento del medio cuando sólo hay dos? ¿Hein?

Pregunta 7: ¿ En qué se diferencia el calentamiento global de un calentón global?

Pregunta 8: Los chicles son productos perecederos.
a) Verdadero
b) Falso
c) La respuesta se encuentra en el temario de la otra mitad sobre el ambiente.

Cada pregunta acertada vale un punto, que tras sumarse todos, se dividen por dos, ya que el test solo es del medio ambiente. Pueden publicar sus resultados en los comentarios o compartirlos en las redes sociales.
5- 8 PUNTOS ACERTADOS: Se te ha olvidado hacer la división.
3 - 4 PUNTOS ACERTADOS: Eres un crack, pero si uno de tus puntos proviene de la polución de 24 horas, mejor no vayas presumiendo por ahí, como diría Julio Iglesias.
1 - 2 PUNTOS ACERTADOS: Te defiendes, pero si uno de tus puntos proviene de la polución de 24 horas, yo que tu me callaba igual que los de 3- 4 puntos acertados.
0 PUNTOS ACERTADOS: No tienes ni puñetera idea de medio ambiente, ni siquiera de un cuarto de ambiente, pero al menos no dejas las sábanas acartonadas.


viernes, 30 de agosto de 2013

El Tíosidoro o pragmatismo rural



       El tío Isidoro, o Tíosidoro, es delgado y apenas sobrepasa el metro y medio de estatura. La genética y la escasa alimentación de la infancia durante la posguerra española a base de cachulí, que se hace de las harinas de las almortas o guijas, no le han permitido despuntar más. Hoy día apenas se plantan guijas y la mayoría de las que sí, sirven de forraje, pero tienen el inconveniente de producir meteorismo tanto en humanos, como en animales ( pedos de los que huelen con y sin ruido al ser expelidos). Pero no va la historia por caminos escatológicos.

       El Tíosidoro, pequeñete él, tiene mucho nervio y pocas calorías. Eso le lleva a realizar las tareas del campo, porque es agricultor manchego que honra su patrón San Isidro, a unas velocidades de vértigo. En épocas de vendimia, se conoce que tener la misma altura que las cepas, amén de la experiencia, habilidad y nervio ya comentado, le otorga una sensible ventaja comparativa y consecuente mayor rendimiento. Mientras el resto de la cuadrilla vendimia a tajo parejo, el Tíosidoro tarda na y menos en adelantarles varios hilos o filas de cepas. Es una máquina.

       Cuando empieza la vendimia en Castilla la Mancha, el verano ya se ha despedido. Un frío viento, el Solano, refresca los pueblos de la meseta, que durante tres meses de verano son tan calurosos, que el que tenga que andar por el sol a mediodía se siente faquir o perdido en una sauna. Pero en vendimia, el calor es un recuerdo lejano. El frío arrecia, en especial cuando se madruga a las cinco de la mañana para llegar en tractor hasta la lincha más lejana y comenzar el tajo con los primeros rayos del sol. El rocío contribuye aún más a que el frío penetre en el cuerpo, por lo que es importante abrigarse bien. Tíosidoro, a cosa de las nueve de la mañana, hora del almuerzo, ya se había desprendido de su tabardo y dos jerséis de lana, de los gordos, gordos. Para el mediodía le habían seguido otros dos jerséis y varias camisetas de manga larga, dejando un reguero de prendas por las cepas, de forma que Tíosidoro parecía la versión rural de la increíble historia del hombre menguante. 

       Un año, la familia se fue a recoger aceitunas, o sea, después de Reyes. El invierno crudo había castigado los olivos. La mayor parte de la cosecha estaba en el suelo. Era necesario recoger las aceitunas caídas a mano, una a una, ayudados por unos sacos de arpía rellenos de paja en los que hincar las rodillas. Antes de salir, el Tíosidoro se había estado quejando de un fuerte dolor de cabeza. Se tomó una pastilla por recomendación de la tía Carlota, su mujer, y fue con los demás a recoger aceitunas.
Debajo de cada olivo se situaban varios miembros de la familia, arrodillados en los sacos mullidos, a recoger laboriosamente las aceitunas caídas y a charlar animadamente de esto y de lo otro. Pero ese día, el Tíosidoro no estaba para trotes. La faena no le cundía como de costumbre. En su cara había dolor y sus movimientos eran a cámara lenta. Frecuentemente cerraba los ojos y dejaba las manos extendidas, sin acabar de coger ninguna aceituna, como si se hubiera quedado paralizado. Poco a poco se fue encorvando, plegándose sobre sí mismo, hasta que llegó un momento en el que el peso de la cabeza venció todo el cuerpo hacia delante, hincó la frente en la tierra y se quedó con el culo en pompa. Casi hubiera parecido un musulmán rezando, si no fuera porque los pies se despegaron del suelo. Se quedó en posición fetal, pero de canto.

- ¡Isidoro!, gritó la tía Carlota asustada. -¿Isidoro, qué te pasa? Tíosidoro levantó pesadamente la cabeza, con la frente manchada de tierra. - No sé, contestó adormilado y volvió a hincar la cabeza en la tierra, durmiéndose al instante. - ¿Isidoro? ¿Muchacho, estás bien? ¡Isidoro! Tíosidoro abrió un ojo. - Me sigue doliendo mucho la cabeza y tengo mucho sueño. No sé qué me pasa, balbuceó de nuevo, con el culo en pompa, pies en alto y cabeza en tierra. - ¡Madre mía! ¿Isidoro, qué te pasa?, gritaba la tía preocupada, mientras sacudía a su marido. Tíosidoro se incorporó un poco. - Tengo mucho sueño y me duele mucho la cabeza, se lamentaba de nuevo. - ¿T'has tomao la pastilla pal dolor de cabeza que te he dicho?, inquirió tía Carlota. - Sí, pero no m'ha hecho na. Esa pastilla no vale pa na. Me sigue doliendo la cabeza igual o más y tengo mucho sueño. Volvió a encorvarse y cerró los ojos. - ¿Isidoro, muchacho, t'has tomao la pastilla que te he dicho, de la caja blanca con las rayas rojas, la que pone “pal dolor de cabeza”? - Esa no, contestó somnoliento. - ¿Cómo que esa no? ¿ Entonces cuála t'has tomao? - Es que la que tu m'has dicho era grandísma. Yo eso no me lo puedo tragar. - Entonces, ¿qué t'has tomao? - Pos huna más pequeñeta. - ¿Cómo que una más pequeñeta? ¿Cuála? - De las que te tomas tu cuando te duele la cabeza. - ¿Yo? ¡Madre santísma! ¿Isidoro, qué – pastilla – t'has - tomao? ¡Por el amor de Dios! - Pos huna, yo qué sé. Es que la que tu m'has dicho parecía una rueda de carro. Tienes unas cosas. Tu te las tomas pequeñetas y a mi me mandas que me tome una pastilla que parece una moneda de cinco duros. - ¡Virgen del amor hermoso! ¿Isidoro, qué - pastilla - t'has - tomao? ¿De - ande - l'has - sacao? - Yo qué sé. Pos huna, ¿no te digo?, pequeñeta, amarilleta, de tu mesita de noche. - ¿De la cajita verde y azul? - Sí, d'haí. ¿Qué más da? Pos huna pastilla, ¿no? - ¡Uuuuuhhhhh, madre mía del Dios santísmo! ¡Qué hombre!¡ Pero si esas son mis pastillas para dormir! - ¿Y yo qué sé? Pero era más pequeñeta.

sábado, 17 de agosto de 2013

6 días después (continuación de uncent nicuásniplo niuntallcuásnipló nicuásnipló trencitas)

Tal vez me recuerden de otras historias...
Querido diario, si te tuviera, te escribiría que han pasado seis días desde mi imprudencia de tomar la sombra bajo una palmera, durante seis horas y a orillas del mar, desoyendo a mi Pepita Grillo. La mejor noche fue la primera, las siguientes una tortura. Tras untarme cremas a un ritmo de tres horas con ducha previa de cada encremada, mi piel fue tomando color, como madura un tomate - en mi caso un híbrido entre tomate y berenjena - hasta que después de alcanzar un rojo profundo, se marchita y deshidrata. A nivel moho no he llegado. La coloración presentaba un inquietante crescendo desde mi lado izquierdo al derecho. Mi hombro derecho, de color 9, que es el máximo en la escala de coloración de los tomates, encendido y muy ofendido me hizo comprender, que no existe tejido más suave que el aire y que una etiqueta puede ser mucho más cruel y despiadada de lo que ya todos conocemos.

Siguiendo el consejo de todos los que sabían de mi suerte, decidí probar la proverbial capacidad sanadora del aloe vera. - Vale pá tó, y para las quemaduras m' han dicho que es buenísimo, fue el lema más coreado. Con cargo de conciencia corté la primera hoja de mi aloe vera.
- Perdóname, le susurré con el alma, y gracias por tu sacrificio. De un tajo limpio la despojé de una hoja de igual color enfermizo que mi pierna derecha, que es la zona más morada en la holografía accidentada de mi cuerpo. Tras convertirla en dos lonchas de aloe, comencé a restregarlas con sumo cuidado por mis hombros y escote. El escote, por cierto, se me ha llenado de pustulillas rodeadas de piel color vino tinto y emana luz propia. Y calor. ¡Ahhhh, qué descubrimiento lo del aloe vera! La piel se refresca, el ardor disminuye, en resumen, alivio instantáneo y una conclusión: - ¡Necesito esto en cantidades industriales! No puedo. No voy a cargarme a mi planta, porque es pequeña y no se merece la muerte. Es tan biológica que solo le doy agua. Rauda y veloz me voy al supermercado y ¡voilà!, bote de aloe vera 100% ecológico, sin agua añadida, especialmente indicado para quemaduras solares. Mi salvación por el módico precio de cinco Euros y pico. Gracias señoras Aloe, lejanas y anónimas, ella es familia. Perdieron sus hojas por una buena causa, la mía, que es evitar que las sombras del sol atrapadas en mi piel sigan hurgando cada vez con más profundidad. Apagarán las ascuas de mi piel con su vida.

Cinco días y cinco noches, de aloe, de ayes y uys, - cuidado no me toques, me he quedado pegada a la sábana..., encerrada en casa, convertida en predador nocturno doméstico (apertura intencionada de nevera a las cuatro de la madrugada) digitalmente sociable. Debería, quizás, haber aprovechado el momento, el duende socarrado, para aprender cante jondo, porque sentía mi mano abrasadora sobre la piel y el dolor me emanaba desde lo más jondo, lailo lailo laaaa. Pero no, porque yo soy de las que en vez de dar palmas están aplaudiendo y tampoco podía alzar los brazos con unas castañuelas en las manos, porque el acartonamiento escarlata de mis hombres no me permitía hacer los necesarios pliegues en la piel para lateralizar los brazos más que una barbie. Así que solo podía entonar el mea culpa, sin los golpes en el pecho, que ostentaba el dudoso honor de ser lo más quemado. Me llamó la buena de Segunda, la artista morena del arte efímero de las trenzas africanas, a interesarse por mi salud. - No sabía yo que se podía quemar alguien así del sol. Yo nunca me he quemado y paso todo el día aquí, en el paseo marítimo... Debería llamarla Cándida o azúcar moreno. - Pues tienes que decir a tu marido que te toque solo las partes blancas, jajajaja... Mejor la llamo Pícara.

Querido diario ficticio, como te he dicho, han pasado seis días duros, que me han obligado a ejercitar la paciencia y a moverme por la casa con mayor precisión que un murciélago. Por eso he optado por moverme lo menos posible: he pasado muchas horas sentada delante del ordenador, sin apoyar los hombros en el respaldo del sillón, o sea, como si fuera un taburete, y el mínimo tiempo posible tumbada en la cama, hasta que poco a poco ha menguado el dolor y he podido invertir la proporción. Ayer la siesta fue de laaaargaaaa. ¡Tela! Y es que el verano y las quemaduras me tienen recocida, aletargada como un lagarto. ¡Lagarto, lagarto! me ha gritado el espejo. Me estoy pelando. Estoy abandonando parte de mi piel, para renacer por partes. Seré un poco más sabia, que de los escarmentados, incluso los parciales, nacen los despabilados, o despabilados parciales.

Cuando la piel quemada comienza a desprenderse, produce un tremendo picor y correspondiente desazón. Quitarla, estirando suavemente de un trocito, oyendo el chisporroteo de la piel crujiente de un pollo asado, y sentir un suave hormigueo, milímetro a milímetro, requiere pulso y habilidad, pero sobre todo, es un enorme placer, que no le deseo a nadie. Mi pierna derecha me ha proporcionado especial satisfacción al conseguir tiras enteras de piel de varios centímetros de ancho y más de largo. Mi piel, aunque seca como una esponja de fregar nueva, ha pasado del vino tinto al clarete. Eso presagia una segunda fase exfoliativa. Con el escote no he tenido tanta suerte. Debido a las pústulas, la piel sale fragmentada y hay que frotar para levantar el borde y conseguir una esquinita de la que tirar. Aunque al quitarla cesa el desagradable picorcillo, en su lugar se instala un desagradable escozor y la nueva piel no tiene pinta de nueva. Está extrañamente brillante y lisa, y temo que llegaré a una versión 3.0, pero al menos las pustulillas se están curando. La piel del hombro, llena de burbujitas blancas, indica que su intención es desprenderse como una suave nevada. La frente, sí ha cedido su primera capa para relucir una agradable piel de tono tostado, a juego con las trenzas, mulaaataaaa, pero que al llegar al nacimiento del pelo ha cambiado de nombre artístico para pasar a llamarse caspa. La oreja izquierda se ha apuntado modestamente a la fiesta y ha soltado algunos pellejillos del borde superior. Cuando haya mudado hasta la última piel, lo juro, lo sé, volveré a estar igual de blanca que siempre.
Al menos, aún quemada y escarmentada, rosa, roja, tinta, he podido hacer lo que me gusta: estar en casa con los míos y por internet con los otros míos, huyendo del sol como de costumbre y con mayor motivación.