Llega una o uno a la edad
“hay que”: o haces ejercicio o cualquier día te quedas hecha un
cuatro delante del ordenador y ya no hay forma de estirar las
piernas. A eso le sumas otras alegrías que vienen a la “mediana”
edad, como la vista cansada o el ánimo cansado de ver noticias
enervantes que hacen sentirte impotente. Antes de que esa impotencia
se traslade a tus huesos y músculos, “hay que” reaccionar y
hacer algo para mover el esqueleto...
La primera intentona
consistía en salir a andar unos cinco km a paso ligero y a mitad
camino mortificarse con unos aparatos de “talla única” que ha
puesto el ayuntamiento justo delante de un cruce, de forma que todos
los coches que se paran en el semáforo siguen por unos minutos la
plasmación de unos buenos propósitos. ¡ Que se vea que estoy en
forma! ( o al menos aparento públicamente tenerla). “Hay que”
hacer deporte, y no desplazarse en coche a comprar el pan, censuro
con mi mirada a los conductores, aunque haga frío, aire gélido y
una humedad que te cala hasta los huesos, mucho antes de que las
glándulas sudoríparas hayan exprimido la primera y triste gotita de
sudor. ¡Las inclemencias del tiempo se combaten con “cardio” (
dícese de los ejercicios que te hacen sudar la gota gorda y sacan a
la luz la penosa situación de tu fuelle, también se llaman
quematocinos o matapersonas)!
Al cabo de dos semanas
llegué a la conclusión de que el único que era feliz con el paseo
era mi perro, para quien lo de mear todas las esquinas, árboles,
farolas, ruedas de coche y papeles volando a lo largo de cinco
kilómetros de trayecto nuevo es pura pasión y no le da pereza
alguna levantar la pata una y otra vez. Nosotros también estuvimos
levantando las piernas hacia delante y atrás al mismo tiempo en uno
de esos aparatos unisex, unicolor y únicos para descoyuntarte como
quien no quiere la cosa. Sendas tendinitis y tirones musculares
dieron al traste con la nueva rutina vigoréxica. Se impuso el reposo
casero y la conclusión de que salir diariamente a hacerse la milla
del colesterol acaba siendo un coñazo mayúsculo.
Entonces surge la idea de
hacer ejercicio en casa, sin tener que ponerse un modelito deportivo
fashion con reflectantes fosforescentes, ni salir a empapar a la
vecindad con el tufo de tus feromanas premenopáusicas. Es tan
molesto sudar públicamente y no poder ir a tomarse una cervecita
después. Felizmente rescatamos la WII del armario de los juegos, que
aunque ya ha pasado por otras manos, está como nueva. Y como nueva
quería quedarme yo haciendo ejercicios “wii-fit”.
Conectamos la WII, no sin
descubrir que las baterías del mando habían estirado la pata
derramando su ácido interior sobre las conexiones. También
descubrimos que lo de usar una WII está en desuso tirando a
descatalogado y que ni “los chinos” tienen una mala copia del
mando. No quedó otra que rascar y rezar y... funcionó. Ya nada se
interpone en mi camino con su letrero en forma de flecha que reza
“hay que...” Así que, me hice un avatar, un alter ego animado,
un muñeco que por mucho que lo intentara no se parecía en absoluto
a mi, de lo que se concluye que no solo salgo mal en las fotos
posando en persona, sino que incluso mi avatar es poco fotogénico.
Al final del proceso, me puse una barba y exclamé feliz: “¡ Mira,
Aidanita Wurst!”
“Bienvenida Aidana a
Wii – Fit. Vamos a hacer primero un test para comprobar tu estado
de forma física o cuán atlética estás...” Descalza, encima de
la tabla, introduzco mi edad y estatura e indico que llevo “ropa
pesada” (soy muy friolera y llevaba como cuatro capas arriba).
“Ahora vamos a hacer un ejercicio de equilibrio...” que consistía
en mantenerse a la pata coja durante unos 30 segundos. “¡Buá,
está chupado!” Me decido a usar mi pierna izquierda como pierna de
apoyo (tradicionalmente era la pierna fuerte y de equilibrio, de
salto...la buena, vamos) y alzo la derecha. Me invade el espíritu de
Kárate Kid. Hasta ahí todo bien. Pero el tiempo es algo subjetivo.
Los 30 segundos a la pata coja se me hicieron una eternidad, con tal
tembleque en el tobillo que mi cuerpo se salía de la escala Richter
por todos los costados. Con todo, sudando como si acabara de hacer
dos horas de spinning, me alegro de que la dulce voz de “Wii –
san” me informe de que mi equilibrio es casi perfecto, una miaja
escorada hacia la izquierda.
La simpática voz de Wii-san me anima a probar mis
habilidades en el siguiente ejercicio, que consistía en cambiar el
equilibrio de una pierna a otra, manteniendo las rayitas que salen en
la pantalla dentro de unas franjas cada vez más estrechas y más
alejadas entre sí durante tres segundos. Nuevamente es pertinente
recordar que la percepción del paso del tiempo es sumamente
subjetiva. Tan afanada por lucirme, no me fijé en la viñeta
pequeñita que explicaba como hacer el ejercicio en condiciones, de
forma que acabé adoptando posturas imposibles y casi me descoyunto y
desmonto a lo Mr. Potato, para no pasar del segundo nivel – había
ocho – y la tía idiota que habla por la tablet (“Wii-san”),
prima hermana de la del tom-tom, me pregunta que si tropiezo mucho al
andar. ¡Será estúpida! Si tropiezo es por despiste, no por
descoordinación de mis miembros inferiores.
Exhausta, convencida de
que me he roto algo seguro o que se me deben haber desplazado un par
de vértebras del sitio, espero pacientemente que la señorita de la
tablet me calcule mi índice de masa corporal, mi peso, y mi estado
físico “Wii”. ¡Toma ya!, ¡Peso ideal!, aunque me recomienda
bajar mi índice de masa corporal a 22, porque la gente de ese IMC
enferma menos, y medio kilo más me mete en la zona roja del
sobrepeso. ¡ Cachis! Lo que no dice, es que como mujer de “mediana
edad”, corres el riesgo de que la fuerza de gravedad haga mucho más
efecto en tu cuerpo que los beneficios de 5 kilos menos. Me marco
como objetivo bajar 1 kilo en un mes, plazo y cantidad razonable si
no quiero quedarme arrugada y fofa como un globo desinflado.
Felicitaciones de Wii-san por mis nuevos propósitos, tan nuevos que
ni me los he hecho jamás en año nuevo. Soy realista. Semejante
propósito está destinado al fracaso, pero no se lo digo a Wii-san.
Sin embargo, ella parece intuir mi secreta auto-traición y me espeta
su sentencia final: ¡¡¡Aidana, su edad Wii-fit es de 69 años!!!
¿Será cabrona? ¿¿¿ 69??? Mi marido, convertido en un Tiger Woods
de zapatillas y chándal deslavazado ensaya su swing con el mando de
la WII y sonríe en silencio. Es tan prudente y yo una adelantada de
mi tiempo... 22 años... Por cierto, yo también pensaba que lo de
“69” era un número chulo, sugerente..., pero Wii-San lo ha
fastidiado todo.