Hace
unos meses visité a un cliente. Mientras esperaba sentada junto a un
empleado joven de la oficina, entró por la puerta un operario del almacén: Pelo negro espeso con raya en medio,
gafas redondas, cejas negras y anchas y con
bigote rectangular y negro como un tizón. Porque no llevaba puro, ni frac, porque sino habría sido la reencarnación del actor y humorista Groucho Marx. Era "pastaico". Conforme lo miro y tras el primer impacto, me
las veo y las deseo para no partirme el pecho de risa y gritar
aquello de “¡más madera que es la guerra!”. Me saluda, le saludo,
me contengo la risa, pero debo parecer increíblemente simpática, a
pesar de quedarme muda cual Harpo. El doble de Groucho Marx pone cara de poker, pero me ha pillado seguro. Ese look no puede ser casualidad y mi cara tenía que ser un poema.
Cuando por fin se ha ido, le
comento al oficial el asombroso parecido de su colega con Groucho Marx.
-
¿Quién?, me contesta el pipiolo.
-
¡Cielo Santo! ¿ Cuántos años tienes?, le espeto sin el menor
pudor, sintiéndome abuela instantáneamente. Recordemos, que esas
películas eran en blanco y negro, de cuando solo había dos canales,
el televisor tenía un botón de rosca para cambiar de canal, por
supuesto no era plano y yo era, por orden paterna, el mando a
distancia. Las películas de los Hermanos Marx, que ya tenían 30 años cuando yo las veía de niña, eran divertidas y
mordaces, llenas de burla de la sociedad, con altas dosis de humor
absurdo. En resumen, películas que a una servidora siempre han
encantado y que volvería a ver con el mismo cariño que a Indiana
Jones en La última cruzada.
Sin
embargo, el joven profesional que me acompañaba (angelico,
que le eché 30 años y tenía solo 24) ha nacido con el mando de la
tele bajo el brazo en vez de con un pan, como hacíamos antaño, para
que los padres nos lo llenaran de fiambre. Tendrá "i-todo" y no sabrá lo que es una carta de ajuste. Seguramente nació
sabiendo programar un vídeo, mientras que yo me he permitido el lujo
de no aprenderlo nunca. Eso que me he ahorrado, porque ya no se usan.
Buscamos
imágenes de Groucho Marx a través de San Google omnisciente. Parece
que estamos viendo el álbum familiar de su colega. Se me escapan las
risas mientras mi compañero de fechoría reconoce que efectivamente
su colega es clavado a Groucho Marx, pero sigue sin haber oído hablar de la estirpe, ni le suena siquiera ningún título de sus películas. Vehementemente le insisto en mirar
alguna cinta de los Hermanos Marx, aunque sea por adquirir un
poco de cultura cinematográfica ( y eso que yo tampoco soy ninguna
experta, ni mucho menos) y con la misma vehemencia le insisto en que
haga el favor de quitar las fotos de su pantalla antes de que entre
el otro y vea el retrato de un señor muy famoso que podría ser su
padre y que conoce seguro, vamos, que me la juego. Hay bigotes con identidad propia, inconfundibles, únicos, asociados por todo el mundo a un determinado personaje famoso, y el bigote rectangular de absurdas dimensiones de Groucho Marx es uno de ellos. Conseguir esa forma al natural, que no pintada, requiere, amén de ser peludo, de mucha intencionalidad. No lo tiene quien quiere, solo quien puede.
Pero mi "iniciadado" en el mundo de los Hermanos Marx se había quedado clavado delante de la pantalla, fascinado
por el parecido. - ¡Quítalo, por favor, que va a pasar tu colega de un
momento a otro y nos va a pillar y me muero de la vergüenza! En tu casa te ves una película, pero ahora quita esas fotos. Los
segundos se arrastraban en vez de correr. - Que lo quites, chiquillo!
- le rechinaba entre dientes... Pues le costó un rato despegarse de
su descubrimiento, justo antes de que volviera la viva imagen de
Groucho Marx a atravesar la estancia. Nuevamente saludó y le
sonreí con cara de Harpo.
¡Sabe que lo sé!, pensé, muda, y recordando que tengo el pelo rizado como Harpo. Seguro que Chico se asoma por el umbral de la puerta de un momento a otro, o Zeppo, o los dos y "¡dos huevos duros!".
Salí
a respirar un poco el aire y a buscar un cómplice de mi generación,
para echarme unas risas en compañía, que me gustan más, que ser la
única que entiende el chiste. Encontré al ingeniero de la
empresa, que ya peina canas y en algunos trozos de su cabeza no peina
nada. No es que le tuviera mucha confianza al hombre, vamos que no
habíamos hablado antes, pero yo estaba ansiosa por dar con un
compinche de verdad. Decir aquello de “la parte contratante de la primera parte será considerada por la parte contratante de la primera parte...” y que
te entiendan. Tuve suerte. Terreno abonado.
- ¿ A qué síiiii? Se
puso todo contento. Llevaba meses sin atreverse a comentar el mismo
descubrimiento con nadie de la empresa. ¡ Qué angustia!, pienso
para mis adentros. "... ¡Deje ese ridículo puesto de cacahuetes y le daré un empleo en el gobierno!..." ¿Tener que callar un secreto a voces? ¿Acostumbrarte en silencio a compartir tu vida ocho horas al día con el doble de Groucho Marx sin soltar alguna parida? ¡Cuánta contención! Por un momento me siento afortunada. La suerte a veces se encuentra en los detalles más absurdos. ¡Qué rápido he podido quitarme la impresión
surrealista de encima y además crear escuela!
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