miércoles, 18 de marzo de 2015

69



Llega una o uno a la edad “hay que”: o haces ejercicio o cualquier día te quedas hecha un cuatro delante del ordenador y ya no hay forma de estirar las piernas. A eso le sumas otras alegrías que vienen a la “mediana” edad, como la vista cansada o el ánimo cansado de ver noticias enervantes que hacen sentirte impotente. Antes de que esa impotencia se traslade a tus huesos y músculos, “hay que” reaccionar y hacer algo para mover el esqueleto...

La primera intentona consistía en salir a andar unos cinco km a paso ligero y a mitad camino mortificarse con unos aparatos de “talla única” que ha puesto el ayuntamiento justo delante de un cruce, de forma que todos los coches que se paran en el semáforo siguen por unos minutos la plasmación de unos buenos propósitos. ¡ Que se vea que estoy en forma! ( o al menos aparento públicamente tenerla). “Hay que” hacer deporte, y no desplazarse en coche a comprar el pan, censuro con mi mirada a los conductores, aunque haga frío, aire gélido y una humedad que te cala hasta los huesos, mucho antes de que las glándulas sudoríparas hayan exprimido la primera y triste gotita de sudor. ¡Las inclemencias del tiempo se combaten con “cardio” ( dícese de los ejercicios que te hacen sudar la gota gorda y sacan a la luz la penosa situación de tu fuelle, también se llaman quematocinos o matapersonas)!

Al cabo de dos semanas llegué a la conclusión de que el único que era feliz con el paseo era mi perro, para quien lo de mear todas las esquinas, árboles, farolas, ruedas de coche y papeles volando a lo largo de cinco kilómetros de trayecto nuevo es pura pasión y no le da pereza alguna levantar la pata una y otra vez. Nosotros también estuvimos levantando las piernas hacia delante y atrás al mismo tiempo en uno de esos aparatos unisex, unicolor y únicos para descoyuntarte como quien no quiere la cosa. Sendas tendinitis y tirones musculares dieron al traste con la nueva rutina vigoréxica. Se impuso el reposo casero y la conclusión de que salir diariamente a hacerse la milla del colesterol acaba siendo un coñazo mayúsculo.

Entonces surge la idea de hacer ejercicio en casa, sin tener que ponerse un modelito deportivo fashion con reflectantes fosforescentes, ni salir a empapar a la vecindad con el tufo de tus feromanas premenopáusicas. Es tan molesto sudar públicamente y no poder ir a tomarse una cervecita después. Felizmente rescatamos la WII del armario de los juegos, que aunque ya ha pasado por otras manos, está como nueva. Y como nueva quería quedarme yo haciendo ejercicios “wii-fit”. 

Conectamos la WII, no sin descubrir que las baterías del mando habían estirado la pata derramando su ácido interior sobre las conexiones. También descubrimos que lo de usar una WII está en desuso tirando a descatalogado y que ni “los chinos” tienen una mala copia del mando. No quedó otra que rascar y rezar y... funcionó. Ya nada se interpone en mi camino con su letrero en forma de flecha que reza “hay que...” Así que, me hice un avatar, un alter ego animado, un muñeco que por mucho que lo intentara no se parecía en absoluto a mi, de lo que se concluye que no solo salgo mal en las fotos posando en persona, sino que incluso mi avatar es poco fotogénico. Al final del proceso, me puse una barba y exclamé feliz: “¡ Mira, Aidanita Wurst!”

“Bienvenida Aidana a Wii – Fit. Vamos a hacer primero un test para comprobar tu estado de forma física o cuán atlética estás...” Descalza, encima de la tabla, introduzco mi edad y estatura e indico que llevo “ropa pesada” (soy muy friolera y llevaba como cuatro capas arriba). “Ahora vamos a hacer un ejercicio de equilibrio...” que consistía en mantenerse a la pata coja durante unos 30 segundos. “¡Buá, está chupado!” Me decido a usar mi pierna izquierda como pierna de apoyo (tradicionalmente era la pierna fuerte y de equilibrio, de salto...la buena, vamos) y alzo la derecha. Me invade el espíritu de Kárate Kid. Hasta ahí todo bien. Pero el tiempo es algo subjetivo. Los 30 segundos a la pata coja se me hicieron una eternidad, con tal tembleque en el tobillo que mi cuerpo se salía de la escala Richter por todos los costados. Con todo, sudando como si acabara de hacer dos horas de spinning, me alegro de que la dulce voz de “Wii – san” me informe de que mi equilibrio es casi perfecto, una miaja escorada hacia la izquierda. 

La simpática voz de Wii-san me anima a probar mis habilidades en el siguiente ejercicio, que consistía en cambiar el equilibrio de una pierna a otra, manteniendo las rayitas que salen en la pantalla dentro de unas franjas cada vez más estrechas y más alejadas entre sí durante tres segundos. Nuevamente es pertinente recordar que la percepción del paso del tiempo es sumamente subjetiva. Tan afanada por lucirme, no me fijé en la viñeta pequeñita que explicaba como hacer el ejercicio en condiciones, de forma que acabé adoptando posturas imposibles y casi me descoyunto y desmonto a lo Mr. Potato, para no pasar del segundo nivel – había ocho – y la tía idiota que habla por la tablet (“Wii-san”), prima hermana de la del tom-tom, me pregunta que si tropiezo mucho al andar. ¡Será estúpida! Si tropiezo es por despiste, no por descoordinación de mis miembros inferiores.

Exhausta, convencida de que me he roto algo seguro o que se me deben haber desplazado un par de vértebras del sitio, espero pacientemente que la señorita de la tablet me calcule mi índice de masa corporal, mi peso, y mi estado físico “Wii”. ¡Toma ya!, ¡Peso ideal!, aunque me recomienda bajar mi índice de masa corporal a 22, porque la gente de ese IMC enferma menos, y medio kilo más me mete en la zona roja del sobrepeso. ¡ Cachis! Lo que no dice, es que como mujer de “mediana edad”, corres el riesgo de que la fuerza de gravedad haga mucho más efecto en tu cuerpo que los beneficios de 5 kilos menos. Me marco como objetivo bajar 1 kilo en un mes, plazo y cantidad razonable si no quiero quedarme arrugada y fofa como un globo desinflado. Felicitaciones de Wii-san por mis nuevos propósitos, tan nuevos que ni me los he hecho jamás en año nuevo. Soy realista. Semejante propósito está destinado al fracaso, pero no se lo digo a Wii-san. Sin embargo, ella parece intuir mi secreta auto-traición y me espeta su sentencia final: ¡¡¡Aidana, su edad Wii-fit es de 69 años!!! ¿Será cabrona? ¿¿¿ 69??? Mi marido, convertido en un Tiger Woods de zapatillas y chándal deslavazado ensaya su swing con el mando de la WII y sonríe en silencio. Es tan prudente y yo una adelantada de mi tiempo... 22 años... Por cierto, yo también pensaba que lo de “69” era un número chulo, sugerente..., pero Wii-San lo ha fastidiado todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

a ver qué dices...