Despertó, miró a su
marido y sintió un fuerte deseo de que la besara, pero él se
levantó adormilado y sin mediar palabra se fue al baño. Al salir
por la puerta, ella le miró y nuevamente deseó ser besada, pero lo
dijo con el pensamiento, que él desoyó. Llegó el mediodía.
Esperanzada recibió a su marido, que volvía del trabajo. “Ahora
me besará”, soñó despierta, pero se quedó con las ganas,
porque él regresaba malhumorado tras una dura mañana. Comieron
juntos, él cabizbajo, ella anhelando un beso de postre. Mientras
ella retiraba la mesa, él cabeceó diez minutos de más en el sofá
y tuvo que volver con prisas al trabajo. Ella se consoló: “No dio
tiempo ni para un beso.” No fue diferente el regreso de la tarde,
ni la cena del mediodía. Por la noche en la cama, ella pensó
“Entonces mañana”, pero él se quejó: - ¡Ya nunca me besas!