lunes, 21 de septiembre de 2020

¿Gris?

 ¡Hola amigos! He publicado mi primer libro. Aunque en el blog, predominan las entradas en clave de humor, en esta ocasión he tocado un tema "serio": el amor y las crisis de pareja. Los protagonistas son hombres, pero la historia es neutra, las reflexiones universales. Me gustaría que incitara a los lectores a reflexionar.

No es un libro al uso, una novela larga, sino un relato, que va acompañado de ilustraciones de mi amigo Tomás Galián. Así que, hay que "leer" las imágenes y el texto, porque se complementan. Espero que os guste...

Aquí os dejo links de plataformas y librerías donde ya está  la venta, aunque en breve añadiré más:





https://www.bookdepository.com/es/Gris-Bernal-Aidana/9788418398384

 https://www.amazon.es/s?k=gris+aidana+bernal&__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&ref=nb_sb_noss


domingo, 6 de marzo de 2016

Guerra de primavera


       Todo empezó hace unas dos semanas. El anuncio de la primavera no vino de mano de la publicidad de unos grandes almacenes. Ni siquiera coincidió con el calendario oficial. El anuncio me lo hizo una hormiga exploradora que cruzaba la pantalla de mi ordenador, mediante su mera presencia: Hace calor, nos hemos despertado y venimos a ver qué hay de papeo en tu/nuestra casa, no importa que sean residuos, miguitas de lo que sea o comestibles en perfectas condiciones. Yo soy solo una de miles. Mi reina se ha puesto a poner huevos a troche y moche y mis hermanitas tienen hambre. Como comprenderás, vamos a ser insistentes, pertinaces, recurrentes, invasivas, implacables y todo ello con una disciplina que ya quisieran los germanos.

      Confieso que siento cierta fascinación por las hormigas a la par que un sentimiento amor-odio. Al observar una fila de hormigas haciendo un recorrido, se puede ver como siempre, absolutamente siempre, todas se comunican con todas rozando sus antenitas. No importa cómo lo hacen, pero el mensaje es claro: en tal sitio hay condumio. No es que las hormigas no tengan un derecho legítimo, un derecho natural a alimentarse como toda criatura, lo que me molesta es que lo hagan en mi casa.

      Es más, no es que vengan a mi casa y se lleven las migas de pan que no hemos barrido, es que lo husmean todo y a la que te descuidas las tienes poniéndose ciegas con la “bomba de chocolate” con la que me quería dar yo un chute de endorfinas. Convendrán ustedes que eso despierta instintos asesinos. O sea, me doy un paseo de quince minutos hasta la panadería para mercarme el susodicho pastelito, icono de gula femenina premenstrual, y resulta que la marabunta recorre quince centímetros desde el enchufe por donde tienen su puerta secreta hasta mi amada y predestinada bomba de chocolate y la colonizan. ¡Un puñetero manto de hormigas frenéticas muerden, comen y cortan a cachitos minúsculos MI capricho!

¡Pues va a ser que no! 
Soldados, obreras, su majestad y el hormigón armado: ¡Es la guerra! 

      Creía que aplastar con el dedo a vuestras exploradoras era aviso suficiente, pero no. Ya veo que no os amedrentáis. ¡Pues yo no me ando con chiquitas y la bomba de chocolate es mía! 

      Rauda traigo y enchufo la aspiradora. Con el mando al desnudo succiono generaciones enteras de sorprendidas hormigas. No tardo mucho en dejar mi pastelito limpito de nuevo. Siempre puede más el ansia que los escrúpulos si no hay otro dulce en la casa. ¿Otro dulce en la casa? El horror de mi bomba de chocolate colonizada no me había dejado ver la autopista de seis carriles y medio (es que zigzaguean mucho) que se dirigía implacablemente hacia los goznes de mi despensa. ¡ Ah, no! ¡Esto sí que no! ¡ My home is my castle and su despensa su alma mater! Yo tampoco he leído El Arte de la Guerra de Sun Tzu (aún) y en estos momentos no descarto que se trate de una gran laguna cultural.

      Con cara de asesina en serie dirijo el tubo de la aspiradora hacia la maratón pro despensa y arraso: Highway to hell en la bolsa de la aspiradora. Son tantas que se oye un frufrú al aspirar que suena a música heavy metal. Abro la puerta de la despensa y ¡horror! ¡Están por todas partes! Un hervidero de hormigas sube y baja por doquier, escalando por las cajitas de te, en dirección opuesta a su entrada. Final station es el azucarero, tan lleno, que en vez de azúcar moreno parece azúcar negro. El azúcar se convierte en daño colateral, mientras ellas fenecen succionadas por un oscuro destino.

      Frenéticamente recorro cada rincón, cada paquete y bote, cada bolsa, cada caja, cada arista y toda superficie con el tubo de la aspiradora. ¡Morid, intrusas, ladronas, gorronas, morid! Si os hubierais conformado con las migas del suelo, tal vez habría sentido piedad, tal vez, pero no invadiendo una armario sagrado. Fru, fru, fru, no se acaba no. Fru, fru, fru, al tubo te vas tu. Venga salir de los pliegues de alguna caja con gesto de - ¿Hola? ¿Dónde estáis? ¿Compañeraaaaaa? ¡Fru! ¡Fru! ¡Fru!

      Tras 15 minutos de batalla cruenta no queda enemigo a la vista. Sonrío satisfecha, pero sé que no puedo saborear mi victoria. Esto sólo es el principio de una desesperada y pertinaz guerra de supervivencia y me temo, que hasta puede que yo lleve las de perder, porque no paro de pensar que esa gran familia de hormigas excava grandes laberintos de perfectos caminos por las paredes de mi casa y que a la fuerza, algún día la dejarán como un colador. Solo es cuestión de tiempo, que se desplome cual castillo de naipes, aunque no cejaré en mi empeño de combatir con fiereza al enemigo. Voy a considerar armas biológicas, químicas y la masilla “repara grietas” como armas a emplear mañana. Mientras tanto repetiré mis implacables incursiones cada media hora en lo que será una fase de guerra de desgaste. Digo yo, que lo de poner huevos tendrá un límite, ¿no?

sábado, 27 de junio de 2015

Y dos huevos duros...


        Hace unos meses visité a un cliente. Mientras esperaba sentada junto a un empleado joven de la oficina, entró por la puerta un operario del almacén: Pelo negro espeso con raya en medio, gafas redondas, cejas negras y anchas  y con bigote  rectangular y negro como un tizón. Porque no llevaba puro, ni frac, porque sino habría sido la reencarnación del actor y humorista Groucho Marx. Era "pastaico". Conforme lo miro y tras el primer impacto, me las veo y las deseo para no partirme el pecho de risa y gritar aquello de “¡más madera que es la guerra!”. Me saluda, le saludo, me contengo la risa, pero debo parecer increíblemente simpática, a pesar de quedarme muda cual Harpo. El doble de Groucho Marx pone cara de poker, pero me ha pillado seguro. Ese look no puede ser casualidad y mi cara tenía que ser un poema.

      Cuando por fin se ha ido, le comento al oficial el asombroso parecido de su colega con Groucho Marx. 
- ¿Quién?, me contesta el pipiolo.
- ¡Cielo Santo! ¿ Cuántos años tienes?, le espeto sin el menor pudor, sintiéndome abuela instantáneamente. Recordemos, que esas películas eran en blanco y negro, de cuando solo había dos canales, el televisor tenía un botón de rosca para cambiar de canal, por supuesto no era plano y yo era, por orden paterna, el mando a distancia. Las películas de los Hermanos Marx, que ya tenían 30 años cuando yo las veía de niña, eran divertidas y mordaces, llenas de burla de la sociedad, con altas dosis de humor absurdo. En resumen, películas que a una servidora siempre han encantado y que volvería a ver con el mismo cariño que a Indiana Jones en La última cruzada.

       Sin embargo, el joven profesional que me acompañaba (angelico, que le eché 30 años y tenía solo 24) ha nacido con el mando de la tele bajo el brazo en vez de con un pan, como hacíamos antaño, para que los padres nos lo llenaran de fiambre. Tendrá "i-todo" y no sabrá lo que es una carta de ajuste. Seguramente nació sabiendo programar un vídeo, mientras que yo me he permitido el lujo de no aprenderlo nunca. Eso que me he ahorrado, porque  ya no se usan.

      Buscamos imágenes de Groucho Marx a través de San Google omnisciente. Parece que estamos viendo el álbum familiar de su colega. Se me escapan las risas mientras mi compañero de fechoría reconoce que efectivamente su colega es clavado a Groucho Marx, pero sigue sin haber oído hablar de la estirpe, ni le suena siquiera ningún título de sus películas. Vehementemente le insisto en mirar alguna cinta de los Hermanos Marx, aunque sea por adquirir un poco de cultura cinematográfica ( y eso que yo tampoco soy ninguna experta, ni mucho menos) y con la misma vehemencia le insisto en que haga el favor de quitar las fotos de su pantalla antes de que entre el otro y vea el retrato de un señor muy famoso que podría ser su padre y que conoce seguro, vamos, que me la juego. Hay bigotes con identidad propia, inconfundibles, únicos, asociados por todo el mundo a un determinado personaje famoso, y el bigote rectangular de absurdas dimensiones de Groucho Marx es uno de ellos. Conseguir esa forma al natural, que no pintada, requiere, amén de ser peludo, de mucha intencionalidad. No lo tiene quien quiere, solo quien puede.

      Pero mi "iniciadado" en el mundo de los Hermanos Marx se había quedado clavado delante de la pantalla, fascinado por el parecido. - ¡Quítalo, por favor, que va a pasar tu colega de un momento a otro y nos va a pillar y me muero de la vergüenza! En tu casa te ves una película, pero ahora quita esas fotos.  Los segundos se arrastraban en vez de correr. - Que lo quites, chiquillo! - le rechinaba entre dientes... Pues le costó un rato despegarse de su descubrimiento, justo antes de que volviera la viva imagen de Groucho Marx a atravesar la estancia. Nuevamente saludó y le sonreí con cara de Harpo.
¡Sabe que lo sé!, pensé, muda, y recordando que tengo el pelo rizado como Harpo. Seguro que Chico se asoma por el umbral de la puerta de un momento a otro, o Zeppo, o los dos y "¡dos huevos duros!".

      Salí a respirar un poco el aire y a buscar un cómplice de mi generación, para echarme unas risas en compañía, que me gustan más, que ser la única que entiende el chiste. Encontré al ingeniero de la empresa, que ya peina canas y en algunos trozos de su cabeza no peina nada. No es que le tuviera mucha confianza al hombre, vamos que no habíamos hablado antes, pero yo estaba ansiosa por dar con un compinche de verdad. Decir aquello de “la parte contratante  de la primera parte será considerada por la parte contratante de la primera parte...” y que te entiendan. Tuve suerte. Terreno abonado. 

      - ¿ A qué síiiii? Se puso todo contento. Llevaba meses sin atreverse a comentar el mismo descubrimiento con nadie de la empresa. ¡ Qué angustia!, pienso para mis adentros. "... ¡Deje ese ridículo puesto de cacahuetes y le daré un empleo en el gobierno!..." ¿Tener que callar un secreto a voces? ¿Acostumbrarte en silencio a compartir tu vida ocho horas al día con el doble de Groucho Marx sin soltar alguna parida? ¡Cuánta contención!  Por un momento me siento afortunada. La suerte a veces se encuentra en los detalles más absurdos. ¡Qué rápido he podido quitarme la impresión surrealista de encima y además crear escuela!

miércoles, 18 de marzo de 2015

69



Llega una o uno a la edad “hay que”: o haces ejercicio o cualquier día te quedas hecha un cuatro delante del ordenador y ya no hay forma de estirar las piernas. A eso le sumas otras alegrías que vienen a la “mediana” edad, como la vista cansada o el ánimo cansado de ver noticias enervantes que hacen sentirte impotente. Antes de que esa impotencia se traslade a tus huesos y músculos, “hay que” reaccionar y hacer algo para mover el esqueleto...

La primera intentona consistía en salir a andar unos cinco km a paso ligero y a mitad camino mortificarse con unos aparatos de “talla única” que ha puesto el ayuntamiento justo delante de un cruce, de forma que todos los coches que se paran en el semáforo siguen por unos minutos la plasmación de unos buenos propósitos. ¡ Que se vea que estoy en forma! ( o al menos aparento públicamente tenerla). “Hay que” hacer deporte, y no desplazarse en coche a comprar el pan, censuro con mi mirada a los conductores, aunque haga frío, aire gélido y una humedad que te cala hasta los huesos, mucho antes de que las glándulas sudoríparas hayan exprimido la primera y triste gotita de sudor. ¡Las inclemencias del tiempo se combaten con “cardio” ( dícese de los ejercicios que te hacen sudar la gota gorda y sacan a la luz la penosa situación de tu fuelle, también se llaman quematocinos o matapersonas)!

Al cabo de dos semanas llegué a la conclusión de que el único que era feliz con el paseo era mi perro, para quien lo de mear todas las esquinas, árboles, farolas, ruedas de coche y papeles volando a lo largo de cinco kilómetros de trayecto nuevo es pura pasión y no le da pereza alguna levantar la pata una y otra vez. Nosotros también estuvimos levantando las piernas hacia delante y atrás al mismo tiempo en uno de esos aparatos unisex, unicolor y únicos para descoyuntarte como quien no quiere la cosa. Sendas tendinitis y tirones musculares dieron al traste con la nueva rutina vigoréxica. Se impuso el reposo casero y la conclusión de que salir diariamente a hacerse la milla del colesterol acaba siendo un coñazo mayúsculo.

Entonces surge la idea de hacer ejercicio en casa, sin tener que ponerse un modelito deportivo fashion con reflectantes fosforescentes, ni salir a empapar a la vecindad con el tufo de tus feromanas premenopáusicas. Es tan molesto sudar públicamente y no poder ir a tomarse una cervecita después. Felizmente rescatamos la WII del armario de los juegos, que aunque ya ha pasado por otras manos, está como nueva. Y como nueva quería quedarme yo haciendo ejercicios “wii-fit”. 

Conectamos la WII, no sin descubrir que las baterías del mando habían estirado la pata derramando su ácido interior sobre las conexiones. También descubrimos que lo de usar una WII está en desuso tirando a descatalogado y que ni “los chinos” tienen una mala copia del mando. No quedó otra que rascar y rezar y... funcionó. Ya nada se interpone en mi camino con su letrero en forma de flecha que reza “hay que...” Así que, me hice un avatar, un alter ego animado, un muñeco que por mucho que lo intentara no se parecía en absoluto a mi, de lo que se concluye que no solo salgo mal en las fotos posando en persona, sino que incluso mi avatar es poco fotogénico. Al final del proceso, me puse una barba y exclamé feliz: “¡ Mira, Aidanita Wurst!”

“Bienvenida Aidana a Wii – Fit. Vamos a hacer primero un test para comprobar tu estado de forma física o cuán atlética estás...” Descalza, encima de la tabla, introduzco mi edad y estatura e indico que llevo “ropa pesada” (soy muy friolera y llevaba como cuatro capas arriba). “Ahora vamos a hacer un ejercicio de equilibrio...” que consistía en mantenerse a la pata coja durante unos 30 segundos. “¡Buá, está chupado!” Me decido a usar mi pierna izquierda como pierna de apoyo (tradicionalmente era la pierna fuerte y de equilibrio, de salto...la buena, vamos) y alzo la derecha. Me invade el espíritu de Kárate Kid. Hasta ahí todo bien. Pero el tiempo es algo subjetivo. Los 30 segundos a la pata coja se me hicieron una eternidad, con tal tembleque en el tobillo que mi cuerpo se salía de la escala Richter por todos los costados. Con todo, sudando como si acabara de hacer dos horas de spinning, me alegro de que la dulce voz de “Wii – san” me informe de que mi equilibrio es casi perfecto, una miaja escorada hacia la izquierda. 

La simpática voz de Wii-san me anima a probar mis habilidades en el siguiente ejercicio, que consistía en cambiar el equilibrio de una pierna a otra, manteniendo las rayitas que salen en la pantalla dentro de unas franjas cada vez más estrechas y más alejadas entre sí durante tres segundos. Nuevamente es pertinente recordar que la percepción del paso del tiempo es sumamente subjetiva. Tan afanada por lucirme, no me fijé en la viñeta pequeñita que explicaba como hacer el ejercicio en condiciones, de forma que acabé adoptando posturas imposibles y casi me descoyunto y desmonto a lo Mr. Potato, para no pasar del segundo nivel – había ocho – y la tía idiota que habla por la tablet (“Wii-san”), prima hermana de la del tom-tom, me pregunta que si tropiezo mucho al andar. ¡Será estúpida! Si tropiezo es por despiste, no por descoordinación de mis miembros inferiores.

Exhausta, convencida de que me he roto algo seguro o que se me deben haber desplazado un par de vértebras del sitio, espero pacientemente que la señorita de la tablet me calcule mi índice de masa corporal, mi peso, y mi estado físico “Wii”. ¡Toma ya!, ¡Peso ideal!, aunque me recomienda bajar mi índice de masa corporal a 22, porque la gente de ese IMC enferma menos, y medio kilo más me mete en la zona roja del sobrepeso. ¡ Cachis! Lo que no dice, es que como mujer de “mediana edad”, corres el riesgo de que la fuerza de gravedad haga mucho más efecto en tu cuerpo que los beneficios de 5 kilos menos. Me marco como objetivo bajar 1 kilo en un mes, plazo y cantidad razonable si no quiero quedarme arrugada y fofa como un globo desinflado. Felicitaciones de Wii-san por mis nuevos propósitos, tan nuevos que ni me los he hecho jamás en año nuevo. Soy realista. Semejante propósito está destinado al fracaso, pero no se lo digo a Wii-san. Sin embargo, ella parece intuir mi secreta auto-traición y me espeta su sentencia final: ¡¡¡Aidana, su edad Wii-fit es de 69 años!!! ¿Será cabrona? ¿¿¿ 69??? Mi marido, convertido en un Tiger Woods de zapatillas y chándal deslavazado ensaya su swing con el mando de la WII y sonríe en silencio. Es tan prudente y yo una adelantada de mi tiempo... 22 años... Por cierto, yo también pensaba que lo de “69” era un número chulo, sugerente..., pero Wii-San lo ha fastidiado todo.

sábado, 26 de julio de 2014

Respuesta a comentarios

Estimados lectores:
Muchas gracias por vuestros comentarios y felicitaciones. Si no he respondido directamente no ha sido por desidia, sino porque por alguna razón que mi mente poco tecnológica no acaba de comprender, por mucho que lo intento, no puedo. Le clico a "responder", pero la ventana que se debería abrir para escribir la respuesta se vuelve a cerrar otra vez y no hay opción. No sé si es por el sistema operativo de mi ordenador o porque soy torpe, no descarto ninguna causa, pero no puedo. Algo no funciona...
Así que, vía nueva entrada: muchas gracias!!! Me alegra mucho tener nuevos lectores y, sobre todo, saber que mis lectores se lo pasan bien leyéndome, pues me da ganas de escribir más. Gracias! Gracias! Gracias!

viernes, 25 de julio de 2014

Odio a los Culicidae

¿Esto qué es lo que es?, se preguntaran algunos. Confieso que acabo de mirarlo en la Wikipedia. 

Son pequeños y veloces predadores alados. Vampiritos peligrosos y molestos de no más de 15 mm de longitud. Las hembras pican, o sea, perforan la piel con su  probóscide, que es un apéndice alargado y tubular situado en la cabeza. Es su "boca", ya que a través del tubo inyectan su anestésico/anticoagulante y luego te chupan la sangre, que necesitan para desarrollar sus huevos. 

Sin embargo, los machos se alimentan de golosinas de la naturaleza: savia, néctar, jugos de frutas. Tan glotones ellos parecen hasta simpáticos, pero lo de comer azúcar tiene como fin pasarse por la piedra a las hembras y así fabricar muchas más hembras y machos. Son autores corresponsables! Los odio también. 

Supongo que ya está claro lo que son los Culicidae, pero por si hubiera algún rezagado, releyendo en voz alta la palabra "probóscide" (¿ a que suena a algo muy pijo?)................... Los excesivos puntos suspensivos son para tener tiempo de volver a decirlo en voz alta y así opinar, si "probóscide" suena a algo pijo (" O sea, no veas como mola mi nuevo probóscide azul."), a insulto (¿ Serás probóscide?), a rango eclesiástico ( "El nuevo probóscide de la diócesis de ...), a pueblo griego (Vacaciones de lujo en el idílico pueblo de Probóscide bañado por el Mar Egeo...) o a lo que a cada cuál le sugiera, pero vamos, que en este caso no deja de ser la trompa de un mosquito. 

Ergo, odio a los mosquitos, pero ellas me aman. Me adoran. Me tienen auténtica devoción. Soy su gula del norte, "Bocatto di Cardinale", su manjar. Vienen a mi como las moscas a la miel o la familia a la nevera y me pican. ¡ Me pican! Les gusto mucho y ningún tejido las disuade. Ni las pulseritas baratas de los chinos con olor a "citronela", ni las caras y supuestamente más sofisticadas pulseras de la farmacia repelen a las pérfidas "Señoras de Mosquito" de darse un festín a costa de mi fluido vital. Me quité la última pulsera cara del tobillo, cuando me picó una mosquito a menos de un centímetro de la pulsera "repelente". Encima, era muy incómoda, amarillo fosforescente y me hacía sudar la muñeca, por eso la llevaba en el tobillo. La pulsera baratuja, de un rojo más llevadero, elástica y apta para ser pulsera sin agobiar, ha resultado ser del todo inútil en su pretendida función protectora, disuasoria o repelente, permitiendo los abusos en mi piel de dos hembras Culicidae muy voraces. Me rasco y les cuento:

La primera Señora de Mosquito cenó el martes en mi nalga derecha (¡ Culicidae!), en mi barriga y en el codo izquierdo. En la espalda, justo entre los dos omóplatos, ahí donde no llegan bien los dedos, se metió dos chutes: uno, a la altura del cierre del sujetador y el otro, varios centímetros por encima, nivel contorsionista. ¡Juré venganza! La encontré a la mañana siguiente desprevenida, confiada, ahíta, haciendo la digestión, que tenía que ser por fuerza una digestión muy pesada, mirándose la panza en el espejo, con las bragas bajadas y soñando con un amante vegano, dulce como el azúcar para el postre. Feneció espachurrada en el espejo por una maniobra implacable de la menda con una toalla, dejando sobrada constancia de su glotonería. El reflejo de la sangre en el espejo aumentaba la sensación de batalla sangrienta "en diferido". ¡Victoria! Rip. Rip. Hurra.

La segunda hizo una actuación estelar la noche del miércoles. Amparada por las sombras de la noche y los ruidos de la calle que ocultaban su zumbido de guerra, me sacó como medio litro de sangre en dos picaduras en el muslo derecho, que pensé: ¡No puede querer más!, pero me equivoqué. En vano intenté protegerme tapándome con la sábana hasta el cuello a pesar del sofocante calor. Encontró un hueco de cinco centímetros cuadrados donde se tomó un piscolabis por cada centímetro y de postre, un chupito en el primer nudillo de mi meñique derecho y otro en el mentón. Tanto ensañamiento me despertó. El picor despierta mucho, o sea, que uno pasa de estar tostado a tener cara de pollo en alerta. Gracias a esa apertura excesiva de párpados, la encontré limpiándose mi sangre de los morros en una blanca pared. Estampé mi mano velozmente y con tanta fuerza sobre ella que aún me duele la mano y me dura la satisfacción. Ahí se ha quedado inmortalizada sobre un lienzo blanco, ironías de la vida. 

En resumidas cuentas, estoy claveteada y llena de ronchones que me pican una barbaridad, porque soy más sensible de lo normal y las picaduras tardan mucho en curarse. Sí, quiero dar pena y que me digan eso de "tienes la sangre muy dulce" o "te pican porque estás muy buena". 

Mi grupo sanguíneo es 0 +, que en lengua mosquito es "¡Ohh, más!"

Yo soy donante de sangre. Pero me gusta decidir cuándo la dono y no me gusta ser el alimento de nadie mientras siga viva, al menos no con estos inconvenientes. Porque, vamos a ver, el picotazo en medio de la nalga es embarazoso de rascar. Cuando se anda, la ropa roza, la picazón aumenta, la desazón anula cualquier pensamiento racional y el impulso de rascarse se hace inconsciente. ¡Zas, zas, zas, zas, zas, zas...! ¡¿Quién tuviera ahora un tenedor a mano?! Eso sí, a la nalga al menos se alcanza, pero los dos picotazos de en medio de la espalda son de tener muy mala idea. Hay que ser hija de su madre para hacer eso. El brazo se puede doblar por la espalda por poco tiempo y atinar con la mano retorcida es costoso y acaba por doler el hombro. No queda otra que restregarse cual oso por los quicios de las puertas. Eso tampoco es muy fino, pero a veces la necesidad puede más que la buena educación. ¿Que Usted no haría eso? ¡No me sea probóscide!

Se está poniendo el sol. ¡Tengo mucho miedo! 

Cuando en la noche me despierto por el zumbido de un mosquito siento cierto terror. Sacudo fuertemente la cabeza haciendo volar el pelo, porque los mosquitos tienden a posarse rápidamente. Entonces escudriño paredes, muebles, cuadros, cortinas, ropa y cualquier sombra para contraatacar. ¡Sé que estás ahí y voy a por ti, cabrona! Estoy segura de que debo de tener un poco pinta de psicópata en esos momentos. La cenefa de zapatillazos en la pared corrobora un poco esta teoría, creo. Que no, es broma. Si ella juega mejor al escondite que yo, me voy rápidamente al salón cerrando la puerta y me refugio en el sofá. Pero, y esto sucede de verdad, si en el sofá también soy atacada por otra famélica Señora de Mosquito, vuelvo con la del buen escondite, que tiene menos hambre que la nueva...

Montaje de Ana Bastida inspirado en mi relato. Gracias, Ana. 
c

jueves, 8 de mayo de 2014

Atrapado

Rulo de cartón
      mudo testigo
        del servicio prestado
             en el suelo te hallo
                          nadie te vio
                    menudo fallo
               aquí sentado
        uno consigo
en su sesión

Miro el suelo
     baldosas de gres
         sombras marrones
              caras color arena
           atrapadas en la piedra
                y no es una pena
       que esas expresiones
  sin imaginación no ves
¡ qué desconsuelo!

No todo está perdido
     cuando el papel te falla
        ni para ver caras en el suelo
      la imaginación se calla
no pierdas el sentido

Grita, con desesperación
          por si alguien te oye
            atrapado en el trono
            como cara en la piedra
                   parado el crono
            si no, siempre fluye
agua del bidé, la salvación

jueves, 17 de abril de 2014

La loca

Todo el mundo tiene en su vecindario personajes peculiares, que por bien o por mal, se salen de la norma. Yo, que vivo en un barrio que es exponente de la España profunda, con sus casitas tortuosas por extrañas divisiones de herencias, con sus tejados planos, típicos de los pueblos costeros del Mediterráneo, también tengo vecinos sorprendentes. Está mi vecino Miguel, que a mi perro Ron lo llama Roque y el perro le hace caso al nombre de Roque, o mi vecina María, que es gitana, y una tarde, arreglando las flores de su porche con la melena chopada me dijo que se acababa de lavar el pelo porque “iba hecha una gitana”. También está José, que compro la casa que linda por detrás con la mía y estaba dispuesto a levantar dos alturas más a las dos que ya tiene, para taparme las ventanas que dan a su patio, alegando que mi casa también tenía esas dos alturas, pero sin tener en cuenta que vivimos en un cabezo y por tanto mi planta baja está a la altura de su segunda planta. Tiene una habitación en la terraza que quería arreglar para su hijo, pero al final el hijo ha pasado mil de mudarse a la terraza y en vista del éxito, la ha poblado con una gallina y tres gallos. Hay gallinas que viven muy bien. Luego está el crío de un par de casas más allá que tiene palomos y de vez en cuando viene a mi terraza a rescatar alguna. O el que cría perros de raza pequeña en su terraza y tiene, al menos a mi me lo parece, mil chuchos ladrando con voces estridentes. Pero la vecina más destacada sin lugar a dudas es una que todos llamamos “la loca”.

La loca tiene una enfermedad neuropsiquátrica que se llama Síndrome de La Tourette, que en su estado grave - el suyo es muy grave - tiene una característica socialmente poco agradable, que es la llamada coprolalia, o sea, un trastorno desinhibidor que consiste en proferir de forma incontrolada y compulsiva todo tipo de palabrotas, insultos y suposiciones absurdas o verdades como puños que cualquier otra persona se callaría por vergüenza torera. Por lo demás, mi vecina es una señora normal, aunque con afonía crónica, que trabaja, cuida de su casa y su familia, hace la compra, etc.

                Aunque con el paso del tiempo todo el vecindario se ha acostumbrado a la loca, no dejamos de sufrir todos su enfermedad, ella a grito pelado y los vecinos en silencio, como las almorranas. No nos ha quedado otra que tomárnoslo con mucho humor y más paciencia, porque encima, la señora no duerme mucho, con lo cual hay días que a las seis de la mañana ya está asomada a la ventana gritando animaladas y se tira doce horas desgallitándose hasta quedarse ronca y afónica. Además es constante y aplicada y no descansa ni en domingos, como si fuera china. Hay que reconocer, que de vez en cuando nos da envidia cochina, porque eso de asomarse de cuando en cuando a la ventana y “cagarse en la madre que los parió a todos” tiene que ser un gustazo.

La loca tiene una peculiar fijación con la iglesia, los curas y  las monjas, aunque de vez en cuando lo toma con vecinos concretos, como cuando le dio por gritar “¡¡¡La maruja está preñaaaaaa!!! ¡¡¡ La maruja es una guarraaaaaaaa!!!” La pobre maruja es una abuela con cerca de 80 años, que el 90% de las veces se mordía la lengua y el 10% restante se limitaba a contestarle “¡Qué te calles yaaaaaa!” Pobrecita, se acabó mudando a casa de su hija y la loca volvió a sus barbaridades sobre curas y monjas. Su frase preferida es: “¡El cura se folla a las monjas! ¡Las monjas son todas unas guaaaaarrraaaaaas, que lo sé yo! ”

Da la casualidad, de que justo enfrente de la casa de la loca está la sede del paso morao del pueblo, donde guardan el trono del Cristo Nazareno y creo que de alguna virgen también. De ahí salen o acaban la mayoría de las procesiones, se hacen los encuentros, se cantan saetas, bastante bien, por cierto, y ensayan, muy a pesar del vecindario, unos cabrones empecinados en tocar las cornetas aunque no tengan ni pajolera idea, y que desafinan como condenados. A veces dudamos si están maltratando a los gatos callejeros o si Dios nos los envía en calidad de castigo divino, para que hagamos penitencia, porque a la loca ya nos hemos acostumbrado. En las fechas señaladas de eventos católicos, en Semana Santa en particular, los vecinos sufrimos nuestro propio calvario, con las cornetas y la loca flagelando nuestros tímpanos y poniendo a prueba nuestra paciencia y capacidad de perdonar. Francamente, es un sindiós – se ha pirado lejos de ahí fijo-, en el que no nos queda otra que rezar “perdónales, porque no saben lo que hacen…” No quiero parte de como lo tienen que pasar los que además de sufrir esta tortura en silencio, tienen la desgracia de tener almorranas.

Hace unos años, nos dio a la familia por salir a la puerta de la casa a ver un rato la procesión. Toc, toc, golpeapa el mayordomo su bastón en el suelo y a una los costaleros alzaron el trono y comenzaron a moverse pasito a pasito. La plaza y las calles a reventar de gente emocionada, clavariesas, curas, monjas, niños vestidos de primera comunión, autoridades, y los vecinos del barrio asomados. “¡uno, dos, uno, dos!”, se sabe que los tronos pesan un quintal y todos hacen fuerza, los que lo llevan y los que miran. De repente se abrió la ventana y se asomó la loca en todo su elemento y gritó a toda la congregación que había debajo de su ventana, cristo incluido: “¡La virgen es una puuuuuutaaaaa! ¡La virgen no es ninguna viiiirgeeeeen! ¡La viiiiirgeeeeen se follaba a San Joséeeeee como las monjas se follan a los cuuuuraaaaas! ¡Es todo mentiiiiiraaaaa! ¡Las monjas os van a robar vuestros hiiiiijooooos!” Reconozco que los vecinos nos descojonamos todos, pero los demás asistentes giraron al unísono la cabeza hacia arriba y miraron a la loca como si fueran los chicos del maíz y la pudieran fulminar con la mirada. La loca tragó saliva, cogió aire y volvió a la carga, mientras los municipales aporreaban la puerta hasta reventar la cerradura…


Desde entonces, llegada la Semana Santa, la loca nos da unos días de vacaciones. Al parecer el ayuntamiento llegó a un acuerdo con la familia para que se la llevaran en esos días lejos de cristos, vírgenes, curas, monjas y demás devotos. Una pena, le daba un toque divertido a la procesión. Nos hemos quedado solo con la tortura de las cornetas. Me estoy pensando suplantar a la loca, asomarme a la ventana y gritar: “¡Los de las cornetas son unos hijos de putaaaaaa, no tienen ni puñetera idea de tocaaaaaar! ¡Vaís a hacer que el Cristo se suelte de la cruz para taparse los oidooooos! ¡Cabrooooneeeees, iros a tocar a la puerta de vuestra casaaaaa!”

jueves, 3 de abril de 2014

Sin comerlo, ni beberlo

      El lunes, un compañero del trabajo me dice con tonito de sorna: “Hay que ver cómo te cuidas, comiendo en el puerto este fin de semana con tu marido…” Atónita respondo: “¿Yo? Bueno, estuvimos comiendo juntos, pero cerca del puerto es un decir.” Y me callo que estuvimos tomando unas tapitas a lo bueno, bonito y barato en un sitio muy recomendable, pero con mucho menos glamour que “el puerto”. Pregunto: “¿Es que has estado el fin de semana de excursión en mi pueblo?” Capaz es de haberme visto y no decir nada. “¿Yo, no? ¿Tú no has estado comiendo en el restaurante del puerto de Roquetas de Mar, el domingo, con tu marido y con otro matrimonio?”, insiste inquisitoriamente como si estuviera a punto de pillarme en un renuncio. “Que no, te digo. Que yo el fin de semana me he ido a mi casa y estuvimos tapeando mi marido, mi hijo y yo.” Se empieza a reír a carcajadas y me dice: “¡Acompáñame!”

      Le sigo hasta la ventanilla de una camioneta de uno de nuestros agricultores, que está en la cola para descargar su mercancía en el almacén de la empresa. Nos saludamos. El agricultor me mira con cara expectante, mientras mi compañero le pregunta: “¿No decías que habías invitado a la comercial, a su marido y a un matrimonio que iba con ellos a comer este fin de semana en el puerto de Roquetas?”  “Sí…” Asiente, me sonríe y espera mi agradecimiento. “Pues no era ella, que ella se había ido a su pueblo. Así que, tú sabrás a quién has invitado.” Y con las mismas se troncha. La cara del agricultor es un poema. La mía también. “Pues era igual que tu, hasta el móvil con la funda rosita.” “Sí, que primero estuvisteis en la terraza y luego entrasteis al interior del restaurante”, matiza su mujer. “¿Qué? Yo, no he estado aquí el domingo. Yo me fui a mi casa, como todos los fines de semana…” La cara se le descompone en segundos. “Será que tengo un doble, pero vamos… ¡Muchísimas gracias! Te agradezco en el alma el gesto, pero no era yo...” No puedo evitar por un momento sentirme culpable por tener, por lo visto, un careto tan común. “Lo bueno abunda…”, intento quitarle hierro al fuego, “Lo siento, por la confusión, pero muchísimas gracias, ejem…”


      Bien pensado, me siento halagada y querida, sinceramente. Encima, la comida le tiene que haber costado una pasta. Francamente ha sido muy generoso conmigo, aunque los beneficiarios hayan sido unos perfectos desconocidos, que tienen que haber “flipado en colorines.” Sin comerlo ni beberlo, nunca mejor dicho, estoy en deuda con él. Aún me pregunto cómo no se acercó a la mesa a saludar. Además, debió de pensar que yo era una maleducada, por no ir a su mesa a agradecerle el generoso gesto, yo que soy más saludadora que un cachorro de perro. Pero, lo más inquietante es lo de tener una doble, que se peina como yo y que se parece tanto a mí, que un señor, con el que hablo casi a diario desde hace un año, me haya confundido con ella. Estoy intrigadísima…

lunes, 3 de marzo de 2014

La golosa

          Érase una vez una joven muy golosa que se enamoró de un pastelero. Él le hacía sus mejores pasteles y ella los disfrutaba con auténtica devoción. Se daba unos tremendos atracones. Pero siempre que ella le pedía que le hiciera su pastel favorito, él se ponía serio, taciturno y dejaba de disfrutar al verla comer. Dejó de hacerle su pastel favorito. En contadas ocasiones, como para su cumpleaños, él se avenía a hacerle su pastel favorito, pero lo hacía con desgana. No ponía cuidado en los ingredientes, ni en la elaboración. Lo hacía a la correprisa como si fuera un castigo para él. Cuando ella se quejaba obtenía la callada por respuesta.

            Con el tiempo, el pastelero fue perfeccionando su arte y la joven golosa disfrutaba cada día más con sus dulces. El pastelero era muy celoso y le decía: - Mis pasteles son solo para ti y solo tú los disfrutarás, pero a cambio debes prometerme que nunca comerás los pasteles de otro pastelero, por mucho que te tiente su escaparate. Y así lo hizo. Se casaron, y aunque no tuvieron hijos y no todo era perfecto, ella era feliz con su pastelero y los dulces que le preparaba. Ella no dejó de mirar otros escaparates porque era muy golosa. Incluso olisqueaba los aromas de otros pasteles, pero nunca jamás probó siquiera un pellizco de los ricos manjares que ofrecían otros pasteleros. Compraba empanadillas de carne y de atún en cualquier establecimiento, pero solo comía los dulces que le preparaba su pastelero cada día con mayor maestría.

            Un día, por casualidad, por suerte o porque el diablo se aburría, un joven pastelero le ofreció empanadillas. Era simpático y dicharachero. Hablando, hablando le confesó ser tan goloso como ella y que su recetario era de lo más extravagante. Ella se asomó con descaro a su escaparate sabiendo que eran dulces prohibidos, pero le gustaba que los olores, colores y formas de sus pasteles le tentaran. Y se imaginaba saboreando desde las recetas más tradicionales hasta las más novedosas y atrevidas. Pero sobre todo algo le atraía con fuerza poderosa a ese escaparate prohibido: ahí estaba en el centro del escaparate y sobre un pedestal, su pastel favorito. Ese pastel que tanto añoraba y cuyo disfrute le hacía perder el sentido como ningún otro. Tanto le gustaba, que sospechaba que jamás se hartaría con él.

            Otro día, el jovencito pastelero comenzó a relatarle sus recetas, sus ingredientes y proporciones, sus composiciones y sus ansias por probar nuevos ingredientes, nuevos sabores y con ello, nuevas sensaciones solo aptas para los más golosos. Ella le escuchaba con atención y devoción. La boca se le hacía agua y se extasiaba solo con imaginar el placer de semejantes dulces.
                    Me gusta la canela, decía con un ruego.
                    Yo te daré canela, toda la que quieras, que mi despensa está llena y por darte en el gusto esparciré una brizna de canela en cada pastel, que me gusta darle ese aroma a mis dulces y más me gusta que te guste a ti. Porque el sueño de un pastelero es encontrar una mujer golosa y cuanto más ansías mis pasteles, más ganas tengo de hacértelos, tan grandes y tan sabrosos que reboses de satisfacción.
                    Deseo comer tus pasteles. Me duele el estómago de tanta hambre que me da oírte, decía ella. - Pero no debo comer pasteles que no sean de mi pastelero. Lo prometí y lo he cumplido por más de diez años.
                    Yo ardo en deseos de que pruebes mis recetas, sobre todo tu dulce preferido, que me muero por sentir como tu gula se hace éxtasis, le susurraba él, pero no quiero ser el responsable de tu desdicha.
Y ella la instaba: - Déjame ver tu horno. Quiero conocer donde cocinas. Enséñame tu uniforme. ¿De qué color son tus botones?... Pero él se excusaba de mil maneras: - No puedes venir, porque tengo que hacer muchas empanadillas; no tengo tiempo, porque he de limpiar el horno; no puedo, porque mi madre me lava hoy el uniforme y yo he de vigilar como gira el tambor de la lavadora...

            Pero llegada la noche, mientras su marido trabajaba en su propio horno, por teléfono el joven le susurraba sus recetas. - ¿Te gustan mis propuestas, golosa, espolvoreadas de canela? - Sííí, gemía ella, dejando que todos esos sabores explosionaran en su imaginación. Así siguió durante mucho tiempo, oyendo relatos sobre el buen hacer del joven pastelero y cuando comía con ansia los dulces de su propio marido pastelero, en su mente se mezclaban las recetas y, a veces, le sabían doblemente mejor y otras se le cortaba la nata. Los relatos eran cada vez más frecuentes. El joven pastelero disfrutaba contando y escuchando como ella se deleitaba. Ella por su parte, aguardaba con ansia sus relatos de recetas extraordinarias. Día y noche pensaba en esos pasteles prohibidos y día y noche el estómago le rugía y la boca se le hacía agua.

            Hasta que un día no lo pudo soportar más y se fue a la pastelería del joven. - Ábreme la puerta y déjame que pruebe tus manjares. Sobre todo, si dejas que me empache de mi pastel favorito, cataré cualquier receta que me propongas. Comeré de tu mano si me das ese dulce que tanto anhelo. Con regañadientes él accedió y al ver que era cierto que ella verdaderamente era muy golosa, él disfrutó dándole a probar sus recetas más tradicionales y una buena ración de su pastel preferido hasta que quedó satisfecho y cansado de tanto hacer. Ella disfrutó intensamente, dejándose llevar por aquellos sabores, que no eran nuevos, pero sí eran prohibidos. En especial gozó devorando su pastel favorito, pero por mucho que comiera de uno u otro, no consiguió saciar su apetito.

            A partir de ese día, para ella todo cambió. Miraba a su viejo pastelero que había alcanzado la maestría, pero no podía borrar de sus recuerdos las recetas del joven. Le vinieron dolores de estómago, indigestiones varias de tanto azúcar, pero su ansia por los dulces no cesaba, no menguaba, no le dejaba vivir. Cuando estaba con su viejo pastelero lo miraba con compasión, con el corazón en un puño por los remordimientos y sin hablarle le decía: ' Ya no soy quien tú crees que soy. Adoro tus pasteles, pero he comido dulces prohibidos. No me han dejado ahíta, pero estaban tan dulces y sabrosos que quiero más. Y te lo contaría, incluso los compartiría contigo, pero si te lo confieso, dejarás de hacer pasteles para mí y yo moriré de hambre.' Así que guardó su secreto bajo siete llaves y siguió escuchando recetas con canela y visitando al joven pastelero cuando su marido no estaba.

            Sin embargo, el joven se hacía de rogar. - No tengo tiempo de hacerte mis pasteles. Te tienes que conformar con la receta e imaginártelos. Y cuando le visitaba pedía: - Come de mi mano los pasteles que yo quiera y la próxima vez te haré tu pastel predilecto para que te hartes hasta que revientes de placer, que estoy deseando verte disfrutar con él, pero hoy no, que estoy cansado de tanto batir claras a punto de nieve. Una visita tras otra la despachaba con recetas tradicionales y no le hacía el dulce ansiado y favorito. - Come de mi mano y te lo daré otro día. Y ella comía y saboreaba y gozaba, pero no se saciaba y todo le sabía a poco, porque lo que más deseaba era su pastel preferido, porque el placer de saborear ese pastel no tenía parangón. Solo un bocadito de ese manjar era mejor que todos los demás juntos. - Come deprisa, que mañana tengo que madrugar para hacer muchas empanadillas y me faltan ingredientes y me falla la maquinaria y me agobio haciendo empanadillas, pero con ellas pago la luz de mi horno. Come deprisa golosa, y come los pasteles que a mí más me gusta verte comer. - ¿Y mi favorito?, suplicaba ella. - Come y calla, que sé que estos también te gustan y estos ya los tengo hechos. Ella comía y gozaba, pero no se satisfacía y la añoranza por su dulce predilecto le hacía sentir cada día más pena. Había traicionado a  su viejo pastelero por comer su pastel favorito, pero ni comía ese dulce, ni encontraba canela en los otros, que habrían hecho de un pastel convencional un pastelito excepcional.

Un día, tras una noche sabrosa, pero nuevamente sin catar ni la crema de su dulce preferido, se marchó de la pastelería del joven pastelero sintiendo un gran vacío en su estómago y dándose cuenta que se sentía profundamente triste, desdichada y miserable y que tanto dulce seguramente acabaría en diabetes y dando con su cuerpo al traste. Lloró amargamente durante el camino. Lloró con arrepentimiento durante todo el día, y seguirá llorando por siempre su traición imperdonable.


¿Moraleja?

domingo, 23 de febrero de 2014

La piscina

     Nadar es el deporte más sano dicen los médicos y de los pocos que esa carretera secundaria que tengo por columna recibe con agrado. Así, en un acto de sentido de la responsabilidad y fuerza de voluntad me saqué un bono con treinta pases para la piscina municipal. Estaba dispuesta a superarme cada día añadiendo como mínimo 100 metros, o sea cuatro largos, a mi anterior marca. La primera vez que fui superé mis expectativas con creces. Después de todo el tocino flota. Mi pequeño triunfo me llenó de euforia y adrenalina. Por un momento fui Ariel, la Sirenita. Una vez sentada al volante de mi coche agradecí la dirección asistida, porque me invadió un tembleque de agotamiento que bajó mi autoestima otra vez a los niveles habituales y me hizo recordar los otros inconvenientes de mi proyecto de mejora de mi salud física:

     Cuando llegas a las instalaciones de la piscina, al entrar se siente mucho calor, lo que invita a desnudarse y ponerse el bañador. Pero una vez llevas puesto el bañador, las chanclas, el gorro y las gafas en lo alto de la frente, en disposición de quemar calorías y poner el cuerpo en forma, hay que recorrer un pasillo desde los vestidores hasta la entrada de las duchas previas al chapuzón, que a mi se me antoja húmedo y resbaladizo, pero sobre todo demasiado fresquito. Desde que sales del vestuario hay que luchar contra la temperatura externa para mantener a raya la propia temperatura corporal. Llegas hasta la ducha ya con los pezones como el timbre de un castillo. El agua resulta caliente sobre los pies encogidos del frío, pero sobre la espalda parece el agua de una cubitera de hielo. Encima no puedes gritar ni decir animaladas porque estás en un sitio público donde aparentemente todos están de buen rollo y buena gana y solo tu vas porque debes, no porque quieras.
     Caminas con tus chanclas mojadas con andares de pato para no resbalar hasta el banco de listones de pino. No te sientas, porque los listones de pino se incrustan en los muslos a los cinco segundos de poner tus posaderas en ellos, dejando unas antiestéticas rayas rojas horizontales y no hay porqué añadir más horror al espectáculo. Así que dejas la toalla moderna de microfibra, de las de “se acabó el frotar”, porque se pegan sobre el cuerpo como papel de cocina privándote del placer exfoliante de una buena toalla rasposa de rizo secada al sol, sobre el banco. 

      Te giras. Suspiras y miras a los bañistas como si fuera la primera vez que asistes a una reunión de alcohólicos anónimos: Soy Aidana y vengo porque tengo que nadar. Mis músculos están de adorno, mi esqueleto se desmonta, me muevo poco. Mea culpa. Pones cara de disimulo, le echas lo que hay que echarle, caminas hacia la piscina y lo ves todo a cuadros. La piscina es como una hoja excel en tres dimensiones. Las baldosas del suelo son celdas, las ventanas son celdas, las vigas del techo son celdas y las calles marcadas con cadenas de bolas de plástico del la piscina son celdas. Te sujetas a la escalera con la obligación auto-impuesta de rellenar las celdas con ejercicio. Columnas de estilos de natación, crowl, braza, espalda crowl, espalda braza. La de mariposa siempre se queda en blanco.

     El agua está fría y muy mojada. Me llega por las rodillas y el choque de temperatura que se avecina – mi vergüenza torera me impide salir corriendo aunque ganas no me faltan – no me resulta nada atractivo. Si es que no se me ha perdido nada en el agua. ¡Que yo soy de secano! ¿ Qué significa ese cono rojo en la cabeza de la calle? Ah, las calles de natación libre son las de cono verde. Salgo otra vez. Hay dos calles con cono verde. Una en medio y la otra en el lado opuesto a donde yo estoy. Me encamino con los pies chorreando y mucho cuidado de no resbalar hacia las calles disponibles. Todas están ocupadas por varias personas. Vaya, o nado o nada. A poner números en las celdas. 

     Aprovecho un hueco entre nadadores y me tiro de cabeza. Vuelo. No hay marcha atrás. El impacto en el líquido elemento es inminente. Me zambulliré como un delfín, porque una no tendrá tipo, pero tiene estilo. Me hundiré en el agua fría. ¡Aaahhh! ¡Nada! ¡Nada! ¡Nada, o morirás de hipotermia! ¿Porque yo, madre mía? ¡Nada! Lanzo los brazos con desesperación en el alma. Sacudo la piernas como si me quisiera sacudir el agua de encima. Menos mal que si lloro no se nota. Pero eso sí, con estilo y con dificultad para acordarme de respirar. Sé que debo sacar la cabeza del agua alternando el lado derecho con el izquierdo, pero en ese lado siempre acabo por tragar agua. Nado. Uno, uno, uno. Me repito el número del primer largo que me estoy haciendo. Estoy entrando en calor y asfixiándome. ¡Aguanta, nena, tu puedes! Nado más despacio. Acompaso la respiración y ¡sí! Me deslizo por el agua hasta que me encuentro unos pies delante de mi. Freno. De frente viene alguien también. La Sirenita habría pasado por debajo buceando. Como no soy la Sirenita cambio a braza y persigo los pies de un desconocido a distancia prudencial. Por fin vislumbro el borde de la piscina. Llego con cierta entereza, pero no hay tiempo ni sitio para permanecer mucho rato. ¿No querías nadar? Dos. Dos. Dos. En realidad en el primer largo no he hecho un uno en la casilla de crowl. La braza se ha llevado lo menos un veinte por cien del largo. Me van a salir decimales. Me estoy rayando. Me aburro. ¿Ya? ¡Ya! Aguanto estoicamente hasta veinte largos. Se me hace interminable. Medio kilómetro es más que suficiente.


    Decidida nado a la escalera más próxima a mis chancletas y descubro que mientras nadaba ha aumentado la fuerza de gravedad fuera del agua. Con rodillas temblorosas recojo mi toalla y vuelvo a hacer el paseíllo hasta las duchas y a los vestuarios y juraría que hace mucho más frío que cuando llegué. Las duchas de los vestuarios no tienen manivela para regular la temperatura. El agua sale sin fuerza y tibia. Enjuagarse el pelo es una odisea. Me pego la toalla al cuerpo y con otra envuelvo el pelo. Toca vestirse sin pisar el suelo con los pies mojados, ni las chanclas o el suelo con los calcetines puestos. Luego viene lo de arreglarse y secarse el pelo, porque fuera hace frío. Y mientras me visto pensando que al llegar a casa me he de desvestir otra vez, un run-run hace presencia en el estómago. Se llama hambre de posguerra y lo produce mi cuerpo al grito de ¡ Devuélveme mis calorías! La carne es débil y me conducirá derecha a la nevera en cuanto llegue a casa, pero por un momento he sido una sirena surcando el agua. Como ya sé lo que es, no tengo muchas ganas de repetir. ¿ Para qué engañarse? Sin embargo, he de volver...

martes, 14 de enero de 2014

El despropósito de año nuevo

Una vez pasada la chorrilera de fiestas con sus respectivas comilonas de antes, durante y después, retomamos el mismo propósito de todos los años, ese que hemos abandonado por igual todos los años por loable y necesario que fuera: perder x kilos. Hay que decir, que si el primer año en el que uno o una se hizo dicho propósito ya falló, entonces el siguiente año ya es (x + y) kilos, luego ( x + y + z) y así sucesivamente se van añadiendo cualesquiera letras del abecedario en sustitución de una más o menos bochornosa cifra. Si además se tiene familia en edad de comuniones, bodas y bautizos y, por otra parte, se es sociable y tiende a relacionarse con frecuencia con familiares y amigos frecuentando bares, restaurantes, pubs o discotecas, si incluso se tiene tal afición por los placeres orales de la vida que en la propia casa nunca faltan las bebidas alcohólicas y los manjares alentadores del pecado de la gula, los signos “+” de la arriba mencionada ecuación pronto darán un importante giro en tu vida, o sea, se convertirán en signos de multiplicación: *

¡Horror de los horrores! ¿Tu báscula no te quiere? ¿Crees que pesa demás porque es de las malas, de las de la rosca que hay que volver a ajustar cada vez que uno se sube y se baja porque siempre se queda enganchada en la rayita de 2,5 kilos? Espera a pesarte en la báscula digital de tu madre y verás lo que es crueldad: una báscula cruel que pesa lo menos 2,5 kilos más que la versión cutre de tu casa, una sonrisa materna cruel y el comentario cruel: “Si ya te decía yo que habías engordado, y sin necesidad de báscula”. Y ese día de verdades despiadadas descubrirás, que los amigos de verdad son los jerséis holgados y los pantalones de cinturilla elástica y que la única y verdadera razón de tu desdicha es que la secadora encoge mucho la ropa, y que si te quitas las gafas te verás mucho mejor, porque las gafas son de aumento y de astigmatismo. Sin ellas te ves como hace tres años y con un estético difuminado de los contornos, como en una foto artística, o sea, te ves bien, porque no te ves.


Entonces es cuando en un arranque positivista alzas mentalmente el puño hacia el cielo, cual Scarlett O’Hara en ‘Lo que el viento se llevó’, y juras y prometes, porfías incluso, pones a Dios por testigo, a tu pareja, a los compañeros del trabajo, los vecinos, familia, amigos, parientes o a tu borrosa y menguada imagen del espejo, de que este año sí, este año definitivamente sí, que de este año no pasa… que vas a perder los x + y + z + a + b + c … kilos que te sobran y que además lo vas a hacer a conciencia: ¡dieta y ejercicio! Hay que hacer las dos cosas. Eso lo sabe todo el mundo. También todo el mundo sabe que eso solo lo hacen los que no necesitan hacerlo. Los demás lo van anunciando a bombo y platillo, como si comunicando sus intenciones ya tuvieran medio camino recorrido. Anunciar la intención de adelgazar y hacer ejercicio produce satisfacción mental, porque tomar decisiones significa resolver problemas y eso siempre resulta psicologicamente gratificante. Una vez tomada la crucial decisión de innovar radicalmente los hábitos – me troncho y me parto - para solucionar el problema del sobrepeso y ante el estado de satisfacción que produce decidirlo y anunciarlo – la publicidad obliga -, chorrito de endorfinas expandiéndose por el torrente sanguíneo, lo dado es despedirse de los hábitos perniciosos celebrándolo con alguien tomando unas cervecitas y unas tapitas en el bar, que tampoco hay que precipitarse teniendo todo un año por delante. ¿Habrá meses?

domingo, 24 de noviembre de 2013

Proyecto genético terrícolas inteligentes

Hoy tenemos con nosotros a nuestro amigo Dios. Nos va a hablar de su proyecto genético de terrícolas inteligentes. ¡ Un aplauso para Dios! Dios se levanta y se encamina al estrado, acompañado por los efusivos aplausos de los asistentes. Alza sonriente la mano y saluda con una abierta sonrisa a su público entregado. Poco a poco los aplausos se apagan y Dios comienza su discurso:
“Como todos recordaréis, centré mis estudios genéticos en el planeta tierra por su idoneidad climática. Utilizando prototipos cuya biología ya había mostrado su adaptación al medio, alteré los genes responsables del desarrollo cerebral, cambié algunas estructuras óseas y musculares, pero reduje sus habilidades sensitivas, de manera que les es imposible deducir la razón de su existencia. Se autodenominan humanos.

En muy poco tiempo han conseguido desarrollar estructuras sociales muy complejas y la mera supervivencia propia, de sus genes y de su especie ha dejado de ser su único motor vital. En ello ha influido ampliamente el incremento de la masa encefálica, la postura erecta y la liberalización completa de las extremidades anteriores. Han desarrollado curiosidad, fantasía, humor, sentido de la belleza y han incrementado considerablemente la variedad de sentimientos. Gracias a esta eclosión intelectual, el sistema de jerarquías sociales y territoriales ha desarrollado tal complejidad, que la búsqueda del liderazgo dentro de la manada puede llevar a un individuo a decidir el destino de muchas manadas aunque biologicamente esté destronado.

Han desarrollado muy variadas concepciones éticas sobre el bien y el mal, pero son capaces de aplicar diferentes códigos morales según su conveniencia. Así pueden darse individuos altamente beneficiosos para su propia manada, pero en igual o mayor proporción dañinos para otros individuos de su misma especie, incluso peligrosos para la supervivencia de toda la especie y del planeta entero. Existe una pauta constante de comportamiento que consiste en abusar en beneficio propio o del círculo íntimo más cercano de los principios morales establecidos. Particularmente disfuncional es la interacción entre machos y hembras, ya que a diferencia de otras especies, los machos conciben a las hembras como un rival más peligroso que a otros rivales machos. Y lo más gracioso es que la gran mayoría cree que yo lo quiero así. De hecho, cometen increíbles atrocidades hacia los miembros de su propia especie, en especial contra las hembras, excusándose y justificándose en todo tipo de historias inventadas sobre mí y supuestas reglas de comportamiento y actos de adulación hacia mi persona, que se han convertido en la base de su comportamiento social. Algunos hasta creen que les voy a premiar por agredir a otros miembros de su especie que no crean lo mismo que ellos creen sobre mi. No todas las teorías sobre mi son iguales. Hay varias teorías predominantes, a cada cuál más absurda, pero no por ello menos funcional, ya que su objetivo final es el poder mediante control de la masa de individuos, otorgando a cada macho y hembra un rol, que supuestamente obedece a directrices mías, pero que en verdad redunda en beneficio propio de unos pocos.

El crecimiento exponencial de la especie ha llevado a estructuras de poder manifiestas, que en realidad obedecen a estructuras de poder ocultas, cuyo objetivo final es el control de los recursos, que aunque abundantes en la tierra, son mal aprovechados por la especie humana. Se podría decir que su comportamiento con el propio entorno es parasitario, de forma que los recursos acabarán por escasear. Algunos clanes han previsto que su futuro es incierto y llevan generaciones planeando y desarrollando control sobre los recursos, sobre las creencias, ideologías y alcance de conocimiento y desarrollo económico social de los demás miembros de su especie. El grueso de los individuos de la especie humana no es consciente hasta qué punto son considerados por los poderosos miembros prescindibles de la especie. Los que toman conciencia se topan con su impotencia como miembro individual en el mejor de los casos y con su egocentrismo en la mayoría de ellos. Estaba estudiando ciertas modificaciones genéticas en los humanos para eliminar las disfuncionalidades negativas hacia los miembros de la propia especie, pero se han convertido en parte estructural del complejo social. Además, el abuso sobre los recursos está provocando grandes alteraciones climáticas en la tierra, de forma que la evolución y supervivencia de toda la especie humana y de muchas otras que he implantado sobre la tierra se va a ver seriamente comprometida y he decidido esperar a ver qué ocurre, en vez de intervenir.


Queridos amigos, no quiero cansarles más con mis explicaciones sino ofrecerles el increíble espectáculo de mi experimento genético de los autodenominados humanos. ¡Luces fuera y dentro grabación de lo que para ellos son los últimos 6000 años de vida sobre la tierra! ¡Espero que se diviertan y gracias por su atención!  

viernes, 11 de octubre de 2013

Cuando las musas tienen la boca llena

Son las 7,30 h de la mañana de un lunes cualquiera. Tras sonar mi despertador discuto en sueños, pero acaloradamente, con Morfeo. – Quédate un rato más, me insiste cansino. – Que no, que tengo que irme al trabajo, que está a 170 km de mi casa, en el sur, en Almería. Después de una ducha y un café cargado, Morfeo se rinde. Afrodita sigue dormida y despeinada en el butacón de mi dormitorio. De vez en cuando suspira en sueños, prácticamente gime en sueños, y me desagarra el alma cuando salgo sigilosamente por la puerta echando una última mirada a mi amor. Mi hijo también duerme todavía. Así que, nadie, ni el perro me despide.

Monto en mi Peugeot 207 Mito. En el asiento del copiloto está Talía, musa de la comedia y la poesía bucólica. Detrás, Erato, musa de la poesía lírico-amorosa y Calíope, musa de la elocuencia, belleza y poesía épica. En medio de ellas, Momo, Dios de la sátira, las burlas y los poetas. Es un buen amigo desde hace muchos años. Nos entendemos muy bien, aunque le gusta pincharme.

Enciendo la radio para escuchar música con la esperanza de que las musas alegren la cara. A ver si entre todos coreamos alguna canción, a ver si me inspiran algo. Pero no. No les gusta el paisaje. Conforme nos acercamos al sur, el desierto se hace más presente. Cada vez hay menos verde y más montañas peladas. Rocas tristes, paisajes agrestes, matorrales pardos y resecos.

Momo:           - ¡Observad ese paisaje! Te podrías haber llevado a Melpómene (musa de la tragedia)
Yo:                -  ¡Muy gracioso! La misma broma que la semana pasada. ¿Dónde está tu originalidad?
Momo:           - La culpa no es mía. ¡Mira a estas tres tristes musas! Cada día más gordas, igual que tu.
Talía, bosteza: - Ja, ja, ja. Me troncho y me parto.
Calíope:          -¿Y qué quieres? No hay otra cosa que hacer. Comer, trabajar, comer, trabajar, comer, dormir. Lo que no entiendo es que hacen aquí tantos Dioses y está claro que la culpa de esto rulos que nos están saliendo es de ellos.  Lo único bonito es la playa, pero de eso hay en todas partes.
Momo:            - Pues a mí me fascina la mezcla de culturas, con gente de todos los colores, de todos los países, de todas las culturas, de todas las religiones. Es muy divertido.
Calíope:          - A falta de colorido en el paisaje, que todo es pardo, bueno es el colorido de los mortales. Debe ser por eso, que están aquí Hestia, Dioniso, Hebe y los primos Baco y Vesta.
Erato:             - Están aquí, porque los almerienses aman la agricultura y la comida por encima de todas las cosas. Si no fuera por ese amor, Demeter no les habría consentido hacer del otoño una primavera y del invierno un verano, convirtiendo el desierto en una huerta bajo un mar de plástico.
Talía:             - Claro, y proporcionándole un estupendo patio de juegos a Eolo. A todas horas soplando ora de levante, ora de poniente. ¡Pesado!No hay manera de llevar el pelo en condiciones. El monte pelado, la llanura un espejo de plástico, no queda otra que irse al bar mientras Aidana trabaja.
Calíope:         - Eso mismo deben de haber pensado Hestia, Dioniso y Hebe. Lo de la bebida acompañada de una tapita es una idea genial. Me alegro de que Hestia les haya inspirado el arte de la gastronomía. ¡Cuánta variedad de ingredientes y formas de combinarlos, cuántos sabores, cuántos aromas! Por no decir la gracia que tienen esas raciones pequeñas, las tapas, que te permiten probar de todo un poco.
Momo:          - Pues por eso estáis cada día más gordas, incluida tú, querida Aidana.
Yo:               - Yo ya he empezado a hacer ejercicio todas las noches. Pero ellas no hacen nada para inspirarme alguna historia divertida, ni tú das sugerencias. Os habéis vuelto sosas, mudos acompañantes. Mi mente está desierta como el paisaje.
Momo:          - Querida, ¿a quién quieres engañar? Si después de andar te vas al bar, le sonríes a Dioniso y Hebe cuando te traen un tinto de verano y alabas las artes culinarias de Hestia. Deja de llevarte las musas al bar, que con la boca llena no se habla, así que no te van a inspirar nada. Y mientras tengan las panzas llenas y solo hagan digestiones, menos te inspirarán. ¡Míralas, más que musas parecen mustias!
Calíope:        - Te advierto, querida Aidana. Si te seguimos hasta aquí, es porque estos almerienses son unos artistas de los fogones. ¿Si no de qué? Es más, mira que te digo: creo que hasta que no hayamos probado todas las tapas y repetido muchas veces las más buenas, no se nos va a ocurrir nada de nada.
Yo:               - ¡Eso es chantaje! Además, yo quiero adelgazar lo menos 8 kilos.

Momo:          - Querida, mal sitio has elegido para eso.

martes, 10 de septiembre de 2013

Test de medio ambiente

Hoy ha vuelto a empezar el colegio, al menos para los más pequeños y a mi me ha entrado un correo electrónico sugiriéndome volver a estudiar también. Una conocida escuela empresarial que oferta títulos de postgrado, masters, de los que tienen mucho prestigio en la empresa privada, pero que no dan créditos oficiales, o sea, créditos universitarios, y que por ello para la administración pública española tienen menos valor que una etiqueta de anís del mono, me ha ofrecido una beca para estudiar un máster en medio ambiente. Estoy doblemente sorprendida: una, porque me sorprende que una empresa privada me ofrezca una beca, cuando la administración nunca me ha hecho tal ofrecimiento - una siempre ha estado fuera de plazo para cualquier convocatoria, incluso para nacer - y otra, porque estudiar el medio ambiente tiene que ser, como su propio nombre indica, un estudio incompleto. ¿Dónde queda la otra mitad? ¿Acaso hay que cursar un segundo máster, seguramente ya sin beca, para saberse todo lo que hay que saber sobre el ambiente? ¿Cuánto hay que saber sobre el ambiente, para rellenar un máster, o dos si son pequeñitos, con información útil y necesaria?
¿Cuánto sabemos, ustedes, queridos lectores, y una servidora sobre el medio o entero ambiente? Para salir de dudas, he preparado un pequeño test de ocho preguntas, en las que hay contestaciones a elegir, o a desarrollar.

1. En un ambiente alcalino, se mezclan dos partes de sulfuro.... noooo, que es broma. Ahora en serio:

Test de auto-evaluación sobre el 1/2 ambiente:

Pregunta 1: Tiene usted una botella de plástico PET y se encuentra delante de una fila de cubos de basura de diferentes colores. ¿En cuál de ellos debe echar la botella, si quiere ser un ciudadano de pro que recicla?
a) el amarillo
b) el azul
c) el verde
d) estoy exento de reciclar porque soy daltónico
c) en mi calle solo hay un cubo de la basura y nunca me he fijado de qué color es.

Pregunta 2: En la silueta de un país imaginario o un croquis de su propio país si se atreve, dibuje isobaras. Nota: puede usar lápices de colores y tantos folios como estime conveniente.

Pregunta 3: ¿Qué tiene que ver el cerco de la luna con las nevadas, según la sabiduría popular? ¿Existe alguna relación con la canícula? (min. 50 palabras)

Pregunta 4: ¿A qué fecha exacta del calendario gregoriano se refiere el 40 de mayo y porqué no es recomendable quitarse el sayo? Razone la respuesta.

Pregunta 5: ¿Explique la diferencia entre polución diurna y polución nocturna?  ¿Cuál le incomoda más y porqué?

Pregunta 6: ¿En qué se queda el conocimiento del medio cuando sólo hay dos? ¿Hein?

Pregunta 7: ¿ En qué se diferencia el calentamiento global de un calentón global?

Pregunta 8: Los chicles son productos perecederos.
a) Verdadero
b) Falso
c) La respuesta se encuentra en el temario de la otra mitad sobre el ambiente.

Cada pregunta acertada vale un punto, que tras sumarse todos, se dividen por dos, ya que el test solo es del medio ambiente. Pueden publicar sus resultados en los comentarios o compartirlos en las redes sociales.
5- 8 PUNTOS ACERTADOS: Se te ha olvidado hacer la división.
3 - 4 PUNTOS ACERTADOS: Eres un crack, pero si uno de tus puntos proviene de la polución de 24 horas, mejor no vayas presumiendo por ahí, como diría Julio Iglesias.
1 - 2 PUNTOS ACERTADOS: Te defiendes, pero si uno de tus puntos proviene de la polución de 24 horas, yo que tu me callaba igual que los de 3- 4 puntos acertados.
0 PUNTOS ACERTADOS: No tienes ni puñetera idea de medio ambiente, ni siquiera de un cuarto de ambiente, pero al menos no dejas las sábanas acartonadas.


viernes, 30 de agosto de 2013

El Tíosidoro o pragmatismo rural



       El tío Isidoro, o Tíosidoro, es delgado y apenas sobrepasa el metro y medio de estatura. La genética y la escasa alimentación de la infancia durante la posguerra española a base de cachulí, que se hace de las harinas de las almortas o guijas, no le han permitido despuntar más. Hoy día apenas se plantan guijas y la mayoría de las que sí, sirven de forraje, pero tienen el inconveniente de producir meteorismo tanto en humanos, como en animales ( pedos de los que huelen con y sin ruido al ser expelidos). Pero no va la historia por caminos escatológicos.

       El Tíosidoro, pequeñete él, tiene mucho nervio y pocas calorías. Eso le lleva a realizar las tareas del campo, porque es agricultor manchego que honra su patrón San Isidro, a unas velocidades de vértigo. En épocas de vendimia, se conoce que tener la misma altura que las cepas, amén de la experiencia, habilidad y nervio ya comentado, le otorga una sensible ventaja comparativa y consecuente mayor rendimiento. Mientras el resto de la cuadrilla vendimia a tajo parejo, el Tíosidoro tarda na y menos en adelantarles varios hilos o filas de cepas. Es una máquina.

       Cuando empieza la vendimia en Castilla la Mancha, el verano ya se ha despedido. Un frío viento, el Solano, refresca los pueblos de la meseta, que durante tres meses de verano son tan calurosos, que el que tenga que andar por el sol a mediodía se siente faquir o perdido en una sauna. Pero en vendimia, el calor es un recuerdo lejano. El frío arrecia, en especial cuando se madruga a las cinco de la mañana para llegar en tractor hasta la lincha más lejana y comenzar el tajo con los primeros rayos del sol. El rocío contribuye aún más a que el frío penetre en el cuerpo, por lo que es importante abrigarse bien. Tíosidoro, a cosa de las nueve de la mañana, hora del almuerzo, ya se había desprendido de su tabardo y dos jerséis de lana, de los gordos, gordos. Para el mediodía le habían seguido otros dos jerséis y varias camisetas de manga larga, dejando un reguero de prendas por las cepas, de forma que Tíosidoro parecía la versión rural de la increíble historia del hombre menguante. 

       Un año, la familia se fue a recoger aceitunas, o sea, después de Reyes. El invierno crudo había castigado los olivos. La mayor parte de la cosecha estaba en el suelo. Era necesario recoger las aceitunas caídas a mano, una a una, ayudados por unos sacos de arpía rellenos de paja en los que hincar las rodillas. Antes de salir, el Tíosidoro se había estado quejando de un fuerte dolor de cabeza. Se tomó una pastilla por recomendación de la tía Carlota, su mujer, y fue con los demás a recoger aceitunas.
Debajo de cada olivo se situaban varios miembros de la familia, arrodillados en los sacos mullidos, a recoger laboriosamente las aceitunas caídas y a charlar animadamente de esto y de lo otro. Pero ese día, el Tíosidoro no estaba para trotes. La faena no le cundía como de costumbre. En su cara había dolor y sus movimientos eran a cámara lenta. Frecuentemente cerraba los ojos y dejaba las manos extendidas, sin acabar de coger ninguna aceituna, como si se hubiera quedado paralizado. Poco a poco se fue encorvando, plegándose sobre sí mismo, hasta que llegó un momento en el que el peso de la cabeza venció todo el cuerpo hacia delante, hincó la frente en la tierra y se quedó con el culo en pompa. Casi hubiera parecido un musulmán rezando, si no fuera porque los pies se despegaron del suelo. Se quedó en posición fetal, pero de canto.

- ¡Isidoro!, gritó la tía Carlota asustada. -¿Isidoro, qué te pasa? Tíosidoro levantó pesadamente la cabeza, con la frente manchada de tierra. - No sé, contestó adormilado y volvió a hincar la cabeza en la tierra, durmiéndose al instante. - ¿Isidoro? ¿Muchacho, estás bien? ¡Isidoro! Tíosidoro abrió un ojo. - Me sigue doliendo mucho la cabeza y tengo mucho sueño. No sé qué me pasa, balbuceó de nuevo, con el culo en pompa, pies en alto y cabeza en tierra. - ¡Madre mía! ¿Isidoro, qué te pasa?, gritaba la tía preocupada, mientras sacudía a su marido. Tíosidoro se incorporó un poco. - Tengo mucho sueño y me duele mucho la cabeza, se lamentaba de nuevo. - ¿T'has tomao la pastilla pal dolor de cabeza que te he dicho?, inquirió tía Carlota. - Sí, pero no m'ha hecho na. Esa pastilla no vale pa na. Me sigue doliendo la cabeza igual o más y tengo mucho sueño. Volvió a encorvarse y cerró los ojos. - ¿Isidoro, muchacho, t'has tomao la pastilla que te he dicho, de la caja blanca con las rayas rojas, la que pone “pal dolor de cabeza”? - Esa no, contestó somnoliento. - ¿Cómo que esa no? ¿ Entonces cuála t'has tomao? - Es que la que tu m'has dicho era grandísma. Yo eso no me lo puedo tragar. - Entonces, ¿qué t'has tomao? - Pos huna más pequeñeta. - ¿Cómo que una más pequeñeta? ¿Cuála? - De las que te tomas tu cuando te duele la cabeza. - ¿Yo? ¡Madre santísma! ¿Isidoro, qué – pastilla – t'has - tomao? ¡Por el amor de Dios! - Pos huna, yo qué sé. Es que la que tu m'has dicho parecía una rueda de carro. Tienes unas cosas. Tu te las tomas pequeñetas y a mi me mandas que me tome una pastilla que parece una moneda de cinco duros. - ¡Virgen del amor hermoso! ¿Isidoro, qué - pastilla - t'has - tomao? ¿De - ande - l'has - sacao? - Yo qué sé. Pos huna, ¿no te digo?, pequeñeta, amarilleta, de tu mesita de noche. - ¿De la cajita verde y azul? - Sí, d'haí. ¿Qué más da? Pos huna pastilla, ¿no? - ¡Uuuuuhhhhh, madre mía del Dios santísmo! ¡Qué hombre!¡ Pero si esas son mis pastillas para dormir! - ¿Y yo qué sé? Pero era más pequeñeta.

sábado, 17 de agosto de 2013

6 días después (continuación de uncent nicuásniplo niuntallcuásnipló nicuásnipló trencitas)

Tal vez me recuerden de otras historias...
Querido diario, si te tuviera, te escribiría que han pasado seis días desde mi imprudencia de tomar la sombra bajo una palmera, durante seis horas y a orillas del mar, desoyendo a mi Pepita Grillo. La mejor noche fue la primera, las siguientes una tortura. Tras untarme cremas a un ritmo de tres horas con ducha previa de cada encremada, mi piel fue tomando color, como madura un tomate - en mi caso un híbrido entre tomate y berenjena - hasta que después de alcanzar un rojo profundo, se marchita y deshidrata. A nivel moho no he llegado. La coloración presentaba un inquietante crescendo desde mi lado izquierdo al derecho. Mi hombro derecho, de color 9, que es el máximo en la escala de coloración de los tomates, encendido y muy ofendido me hizo comprender, que no existe tejido más suave que el aire y que una etiqueta puede ser mucho más cruel y despiadada de lo que ya todos conocemos.

Siguiendo el consejo de todos los que sabían de mi suerte, decidí probar la proverbial capacidad sanadora del aloe vera. - Vale pá tó, y para las quemaduras m' han dicho que es buenísimo, fue el lema más coreado. Con cargo de conciencia corté la primera hoja de mi aloe vera.
- Perdóname, le susurré con el alma, y gracias por tu sacrificio. De un tajo limpio la despojé de una hoja de igual color enfermizo que mi pierna derecha, que es la zona más morada en la holografía accidentada de mi cuerpo. Tras convertirla en dos lonchas de aloe, comencé a restregarlas con sumo cuidado por mis hombros y escote. El escote, por cierto, se me ha llenado de pustulillas rodeadas de piel color vino tinto y emana luz propia. Y calor. ¡Ahhhh, qué descubrimiento lo del aloe vera! La piel se refresca, el ardor disminuye, en resumen, alivio instantáneo y una conclusión: - ¡Necesito esto en cantidades industriales! No puedo. No voy a cargarme a mi planta, porque es pequeña y no se merece la muerte. Es tan biológica que solo le doy agua. Rauda y veloz me voy al supermercado y ¡voilà!, bote de aloe vera 100% ecológico, sin agua añadida, especialmente indicado para quemaduras solares. Mi salvación por el módico precio de cinco Euros y pico. Gracias señoras Aloe, lejanas y anónimas, ella es familia. Perdieron sus hojas por una buena causa, la mía, que es evitar que las sombras del sol atrapadas en mi piel sigan hurgando cada vez con más profundidad. Apagarán las ascuas de mi piel con su vida.

Cinco días y cinco noches, de aloe, de ayes y uys, - cuidado no me toques, me he quedado pegada a la sábana..., encerrada en casa, convertida en predador nocturno doméstico (apertura intencionada de nevera a las cuatro de la madrugada) digitalmente sociable. Debería, quizás, haber aprovechado el momento, el duende socarrado, para aprender cante jondo, porque sentía mi mano abrasadora sobre la piel y el dolor me emanaba desde lo más jondo, lailo lailo laaaa. Pero no, porque yo soy de las que en vez de dar palmas están aplaudiendo y tampoco podía alzar los brazos con unas castañuelas en las manos, porque el acartonamiento escarlata de mis hombres no me permitía hacer los necesarios pliegues en la piel para lateralizar los brazos más que una barbie. Así que solo podía entonar el mea culpa, sin los golpes en el pecho, que ostentaba el dudoso honor de ser lo más quemado. Me llamó la buena de Segunda, la artista morena del arte efímero de las trenzas africanas, a interesarse por mi salud. - No sabía yo que se podía quemar alguien así del sol. Yo nunca me he quemado y paso todo el día aquí, en el paseo marítimo... Debería llamarla Cándida o azúcar moreno. - Pues tienes que decir a tu marido que te toque solo las partes blancas, jajajaja... Mejor la llamo Pícara.

Querido diario ficticio, como te he dicho, han pasado seis días duros, que me han obligado a ejercitar la paciencia y a moverme por la casa con mayor precisión que un murciélago. Por eso he optado por moverme lo menos posible: he pasado muchas horas sentada delante del ordenador, sin apoyar los hombros en el respaldo del sillón, o sea, como si fuera un taburete, y el mínimo tiempo posible tumbada en la cama, hasta que poco a poco ha menguado el dolor y he podido invertir la proporción. Ayer la siesta fue de laaaargaaaa. ¡Tela! Y es que el verano y las quemaduras me tienen recocida, aletargada como un lagarto. ¡Lagarto, lagarto! me ha gritado el espejo. Me estoy pelando. Estoy abandonando parte de mi piel, para renacer por partes. Seré un poco más sabia, que de los escarmentados, incluso los parciales, nacen los despabilados, o despabilados parciales.

Cuando la piel quemada comienza a desprenderse, produce un tremendo picor y correspondiente desazón. Quitarla, estirando suavemente de un trocito, oyendo el chisporroteo de la piel crujiente de un pollo asado, y sentir un suave hormigueo, milímetro a milímetro, requiere pulso y habilidad, pero sobre todo, es un enorme placer, que no le deseo a nadie. Mi pierna derecha me ha proporcionado especial satisfacción al conseguir tiras enteras de piel de varios centímetros de ancho y más de largo. Mi piel, aunque seca como una esponja de fregar nueva, ha pasado del vino tinto al clarete. Eso presagia una segunda fase exfoliativa. Con el escote no he tenido tanta suerte. Debido a las pústulas, la piel sale fragmentada y hay que frotar para levantar el borde y conseguir una esquinita de la que tirar. Aunque al quitarla cesa el desagradable picorcillo, en su lugar se instala un desagradable escozor y la nueva piel no tiene pinta de nueva. Está extrañamente brillante y lisa, y temo que llegaré a una versión 3.0, pero al menos las pustulillas se están curando. La piel del hombro, llena de burbujitas blancas, indica que su intención es desprenderse como una suave nevada. La frente, sí ha cedido su primera capa para relucir una agradable piel de tono tostado, a juego con las trenzas, mulaaataaaa, pero que al llegar al nacimiento del pelo ha cambiado de nombre artístico para pasar a llamarse caspa. La oreja izquierda se ha apuntado modestamente a la fiesta y ha soltado algunos pellejillos del borde superior. Cuando haya mudado hasta la última piel, lo juro, lo sé, volveré a estar igual de blanca que siempre.
Al menos, aún quemada y escarmentada, rosa, roja, tinta, he podido hacer lo que me gusta: estar en casa con los míos y por internet con los otros míos, huyendo del sol como de costumbre y con mayor motivación.