Tibio y cansado el sol
se acostaba sobre el horizonte, tiñendo de rojo el cielo. La vieja
miró al hombre mayor sentado a su lado, ensimismado y con la mirada
puesta en el infinito. Por un momento le pareció que ese señor
arrugado y de ojos descoloridos se daba un aire al joven que conoció
hacía ya muchos años atrás. Recordó su franca sonrisa y como al
besarle bajo la luz del atardecer su corazón latía con fuerza y sus
labios temblaban de excitación. Su recuerdo le resultaba mucho más
familiar que las caras de la gente que cada día le eran más
extrañas y desconocidas, como la del hombre mayor, que sólo le era
vagamente familiar. No sabía quien era, pero algo en su interior le
decía que seguramente se conocían de algo. Mientras lo pensaba, él
se giró y con una mirada de amor triste y resignado le dijo: “¿Nos
vamos a casa, querida? Parece que refresca.” Ella, sintiéndose
joven y aventurera como antaño, tomó su mano y se dejó llevar,
pero sólo, porque su cara le recordaba mucho al que fuera el amor de
su vida...
Tierras de Aidana, fertilizadas por mi imaginación. Cuentos, mentiras, noticias que no son, ocurrencias, curiosidades, lo que me venga a la mente...
domingo, 22 de enero de 2012
sábado, 21 de enero de 2012
El beso
Despertó, miró a su
marido y sintió un fuerte deseo de que la besara, pero él se
levantó adormilado y sin mediar palabra se fue al baño. Al salir
por la puerta, ella le miró y nuevamente deseó ser besada, pero lo
dijo con el pensamiento, que él desoyó. Llegó el mediodía.
Esperanzada recibió a su marido, que volvía del trabajo. “Ahora
me besará”, soñó despierta, pero se quedó con las ganas,
porque él regresaba malhumorado tras una dura mañana. Comieron
juntos, él cabizbajo, ella anhelando un beso de postre. Mientras
ella retiraba la mesa, él cabeceó diez minutos de más en el sofá
y tuvo que volver con prisas al trabajo. Ella se consoló: “No dio
tiempo ni para un beso.” No fue diferente el regreso de la tarde,
ni la cena del mediodía. Por la noche en la cama, ella pensó
“Entonces mañana”, pero él se quejó: - ¡Ya nunca me besas!
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