domingo, 22 de enero de 2012

Recuerdos al atardecer


           Tibio y cansado el sol se acostaba sobre el horizonte, tiñendo de rojo el cielo. La vieja miró al hombre mayor sentado a su lado, ensimismado y con la mirada puesta en el infinito. Por un momento le pareció que ese señor arrugado y de ojos descoloridos se daba un aire al joven que conoció hacía ya muchos años atrás. Recordó su franca sonrisa y como al besarle bajo la luz del atardecer su corazón latía con fuerza y sus labios temblaban de excitación. Su recuerdo le resultaba mucho más familiar que las caras de la gente que cada día le eran más extrañas y desconocidas, como la del hombre mayor, que sólo le era vagamente familiar. No sabía quien era, pero algo en su interior le decía que seguramente se conocían de algo. Mientras lo pensaba, él se giró y con una mirada de amor triste y resignado le dijo: “¿Nos vamos a casa, querida? Parece que refresca.” Ella, sintiéndose joven y aventurera como antaño, tomó su mano y se dejó llevar, pero sólo, porque su cara le recordaba mucho al que fuera el amor de su vida...

sábado, 21 de enero de 2012

El beso


Despertó, miró a su marido y sintió un fuerte deseo de que la besara, pero él se levantó adormilado y sin mediar palabra se fue al baño. Al salir por la puerta, ella le miró y nuevamente deseó ser besada, pero lo dijo con el pensamiento, que él desoyó. Llegó el mediodía. Esperanzada recibió a su marido, que volvía del trabajo. “Ahora me besará”, soñó despierta, pero se quedó con las ganas, porque él regresaba malhumorado tras una dura mañana. Comieron juntos, él cabizbajo, ella anhelando un beso de postre. Mientras ella retiraba la mesa, él cabeceó diez minutos de más en el sofá y tuvo que volver con prisas al trabajo. Ella se consoló: “No dio tiempo ni para un beso.” No fue diferente el regreso de la tarde, ni la cena del mediodía. Por la noche en la cama, ella pensó “Entonces mañana”, pero él se quejó: - ¡Ya nunca me besas!