sábado, 17 de agosto de 2013

6 días después (continuación de uncent nicuásniplo niuntallcuásnipló nicuásnipló trencitas)

Tal vez me recuerden de otras historias...
Querido diario, si te tuviera, te escribiría que han pasado seis días desde mi imprudencia de tomar la sombra bajo una palmera, durante seis horas y a orillas del mar, desoyendo a mi Pepita Grillo. La mejor noche fue la primera, las siguientes una tortura. Tras untarme cremas a un ritmo de tres horas con ducha previa de cada encremada, mi piel fue tomando color, como madura un tomate - en mi caso un híbrido entre tomate y berenjena - hasta que después de alcanzar un rojo profundo, se marchita y deshidrata. A nivel moho no he llegado. La coloración presentaba un inquietante crescendo desde mi lado izquierdo al derecho. Mi hombro derecho, de color 9, que es el máximo en la escala de coloración de los tomates, encendido y muy ofendido me hizo comprender, que no existe tejido más suave que el aire y que una etiqueta puede ser mucho más cruel y despiadada de lo que ya todos conocemos.

Siguiendo el consejo de todos los que sabían de mi suerte, decidí probar la proverbial capacidad sanadora del aloe vera. - Vale pá tó, y para las quemaduras m' han dicho que es buenísimo, fue el lema más coreado. Con cargo de conciencia corté la primera hoja de mi aloe vera.
- Perdóname, le susurré con el alma, y gracias por tu sacrificio. De un tajo limpio la despojé de una hoja de igual color enfermizo que mi pierna derecha, que es la zona más morada en la holografía accidentada de mi cuerpo. Tras convertirla en dos lonchas de aloe, comencé a restregarlas con sumo cuidado por mis hombros y escote. El escote, por cierto, se me ha llenado de pustulillas rodeadas de piel color vino tinto y emana luz propia. Y calor. ¡Ahhhh, qué descubrimiento lo del aloe vera! La piel se refresca, el ardor disminuye, en resumen, alivio instantáneo y una conclusión: - ¡Necesito esto en cantidades industriales! No puedo. No voy a cargarme a mi planta, porque es pequeña y no se merece la muerte. Es tan biológica que solo le doy agua. Rauda y veloz me voy al supermercado y ¡voilà!, bote de aloe vera 100% ecológico, sin agua añadida, especialmente indicado para quemaduras solares. Mi salvación por el módico precio de cinco Euros y pico. Gracias señoras Aloe, lejanas y anónimas, ella es familia. Perdieron sus hojas por una buena causa, la mía, que es evitar que las sombras del sol atrapadas en mi piel sigan hurgando cada vez con más profundidad. Apagarán las ascuas de mi piel con su vida.

Cinco días y cinco noches, de aloe, de ayes y uys, - cuidado no me toques, me he quedado pegada a la sábana..., encerrada en casa, convertida en predador nocturno doméstico (apertura intencionada de nevera a las cuatro de la madrugada) digitalmente sociable. Debería, quizás, haber aprovechado el momento, el duende socarrado, para aprender cante jondo, porque sentía mi mano abrasadora sobre la piel y el dolor me emanaba desde lo más jondo, lailo lailo laaaa. Pero no, porque yo soy de las que en vez de dar palmas están aplaudiendo y tampoco podía alzar los brazos con unas castañuelas en las manos, porque el acartonamiento escarlata de mis hombres no me permitía hacer los necesarios pliegues en la piel para lateralizar los brazos más que una barbie. Así que solo podía entonar el mea culpa, sin los golpes en el pecho, que ostentaba el dudoso honor de ser lo más quemado. Me llamó la buena de Segunda, la artista morena del arte efímero de las trenzas africanas, a interesarse por mi salud. - No sabía yo que se podía quemar alguien así del sol. Yo nunca me he quemado y paso todo el día aquí, en el paseo marítimo... Debería llamarla Cándida o azúcar moreno. - Pues tienes que decir a tu marido que te toque solo las partes blancas, jajajaja... Mejor la llamo Pícara.

Querido diario ficticio, como te he dicho, han pasado seis días duros, que me han obligado a ejercitar la paciencia y a moverme por la casa con mayor precisión que un murciélago. Por eso he optado por moverme lo menos posible: he pasado muchas horas sentada delante del ordenador, sin apoyar los hombros en el respaldo del sillón, o sea, como si fuera un taburete, y el mínimo tiempo posible tumbada en la cama, hasta que poco a poco ha menguado el dolor y he podido invertir la proporción. Ayer la siesta fue de laaaargaaaa. ¡Tela! Y es que el verano y las quemaduras me tienen recocida, aletargada como un lagarto. ¡Lagarto, lagarto! me ha gritado el espejo. Me estoy pelando. Estoy abandonando parte de mi piel, para renacer por partes. Seré un poco más sabia, que de los escarmentados, incluso los parciales, nacen los despabilados, o despabilados parciales.

Cuando la piel quemada comienza a desprenderse, produce un tremendo picor y correspondiente desazón. Quitarla, estirando suavemente de un trocito, oyendo el chisporroteo de la piel crujiente de un pollo asado, y sentir un suave hormigueo, milímetro a milímetro, requiere pulso y habilidad, pero sobre todo, es un enorme placer, que no le deseo a nadie. Mi pierna derecha me ha proporcionado especial satisfacción al conseguir tiras enteras de piel de varios centímetros de ancho y más de largo. Mi piel, aunque seca como una esponja de fregar nueva, ha pasado del vino tinto al clarete. Eso presagia una segunda fase exfoliativa. Con el escote no he tenido tanta suerte. Debido a las pústulas, la piel sale fragmentada y hay que frotar para levantar el borde y conseguir una esquinita de la que tirar. Aunque al quitarla cesa el desagradable picorcillo, en su lugar se instala un desagradable escozor y la nueva piel no tiene pinta de nueva. Está extrañamente brillante y lisa, y temo que llegaré a una versión 3.0, pero al menos las pustulillas se están curando. La piel del hombro, llena de burbujitas blancas, indica que su intención es desprenderse como una suave nevada. La frente, sí ha cedido su primera capa para relucir una agradable piel de tono tostado, a juego con las trenzas, mulaaataaaa, pero que al llegar al nacimiento del pelo ha cambiado de nombre artístico para pasar a llamarse caspa. La oreja izquierda se ha apuntado modestamente a la fiesta y ha soltado algunos pellejillos del borde superior. Cuando haya mudado hasta la última piel, lo juro, lo sé, volveré a estar igual de blanca que siempre.
Al menos, aún quemada y escarmentada, rosa, roja, tinta, he podido hacer lo que me gusta: estar en casa con los míos y por internet con los otros míos, huyendo del sol como de costumbre y con mayor motivación.

martes, 13 de agosto de 2013

Le puede pasar a cualquiera, pero siempre me pasa a mi

De siempre he simultaneado la habilidad quinética con el atolondramiento, normalmente ocasionado porque me paso el día soñando despierta. Tanto es así, que cuento en mi haber múltiples accidentes con sus respectivas cicatrices. Durante años, al brindar por el año nuevo en noche vieja, mi padre solía decir: a ver qué accidente tiene Aidana este año. Me falta, y espero que no ocurra, un accidente en tren o en avión y en monopatín, que me prohibieron ex profeso, a pesar de mis alegaciones de que se podía saltar del monopatín en caso de apuro.

El viernes por la noche me disponía a bajar la basura. Levanté la tapa pisando la palanca del contenedor y al depositar la bolsa, cuál es mi mala suerte, que se me escurrieron las llaves de la mano y cling clang clong: se cayeron hasta el fondo del contenedor. Entre la oscuridad de la noche y mi progresiva mutación a topo, imposible ver donde estaban. Abordé una señora que paseaba a su perro. - Perdone, señora, lleva usted móvil? Es que se me han caído las llaves dentro del contenedor al tirar la basura y le agradecería que me iluminara. La señora, tras escudriñarme de arriba abajo y comprobar que yo iba vestida monísima de la muerte, con mis taconcitos y un vestido la mar de elegante, se apresuró a ayudarme, con cara de compasión y asco ante la desagradable idea. Sin rastro de las llaves. Comencé a mover las bolsas de la basura hacia el lado opuesto de donde se me habían caído. Nada de nada. Habían encontrado el camino hasta el fondo del contenedor, lo cual no es de extrañar, por su peso, ya que mi manojo de llaves parece las llaves del amo del calabozo: llaves del coche, de casa, de casa de mis padres, de la casa donde vivo entre semana por cuestiones de trabajo, de la oficina... No me quedó otra que falcar la tapa del contenedor con un trozo de madera sacado del propio contenedor y lanzarme dentro del contenedor. Señores, qué asco!!! Di gracias al cielo por haber perdido el olfato por completo hace muchos años. Negras miguitas de mugre llovían sobre mi al rozar la tapadera con la cabeza. Comencé a pescar a tientas entre las bolsas. Tuve que cambiar de postura y al pisar, el suelo de basura cedió bajo mi pie. Un sospechoso líquido viscoso rezumó por el borde de mis sandalias, invadiendo los dedos del pie, que instintivamente disminuyeron tres tallas. El suelo cedió aún más y me di un tremendo rascuzón en el tobillo, arrancando la piel y produciéndome una desagradable herida sangrante, pero ¡Eureca!, hallé las llaves justo antes de que un señor estuviera a punto de estamparme su bolsa de la basura en la cara. Y pensar, que España, qué digo el mundo, está lleno de personas que buscan la vida en los contenedores y vertederos de basura. Sentí mucha pena y asco al mismo tiempo. Una vez en casa, me duché a conciencia, frotando mi cuerpo con esponja exfoliadora, como si la suciedad hubiese penetrado mi piel. No lo había hecho, pero sí la toma de conciencia de que hay gente por esos mundos, para los que hurgar en la basura es su día a día sin un resultado feliz como el mío.

lunes, 12 de agosto de 2013

uncent nicuásniplo niuntallcuásnipló nicuásnipló trencitas

No será la ortografía correcta, pero viene a decir 999 trenzas en Manyaco, lengua hablada en algunas partes de Senegal y Guinea Bissau. Lo he buscado en el Google Translator, pero no sale el Manyaco... Lo aprendí ayer, un domingo de agosto soleadísimo, a orillas del Mediterráneo, sentada en una silla de plástico de Cruzcampo, en el paseo marítimo de la "Urba" de Roquetas de Mar. Me lo enseñó mi compañera y amiga de Senegal, Segunda, que es negra como el betún, o morena, como dicen por esos lares, mientras me hacía con infinita paciencia y mayor habilidad trencitas finísimas en toda la cabeza. Hizo la parte delantera en forma de diadema, o sea con las trenzas pegadas al cuero cabelludo y las demás, "laif", es decir sueltas. El hecho de hacerlas muy finitas es una muestra de cariño, porque evidentemente, supone mucho más trabajo hacerlas finas que gordas.

Es la segunda vez que me hace trenzas. Pero la primera vez, fui por la tarde y acabó a medianoche, ayudada por sus dos hijas, tan habilidosas como su madre. Se ve que esa habilidad va con los genes. Llevaba ya un mes con la primera versión, feliz, porque la vida, según dice no sé quien en Facebook, es demasiado corta para peinarse todos los días, mensaje que me llegó al alma. El sábado fui a hacerle una visita a Segunda, que en verano se saca unos Eurillos con su arte, y se horrorizó de ver que el pelo me había crecido lo menos "ketab" (2) centímetros desde su primer diseño. Las trenzas ya no estaban pegadas al cuero cabelludo, aunque a mi no me molestaba, porque por fin me podía rascar la cabeza como un mono desesperado, afición que en casa me han reprochado desde niña. Ya se sabe, comer y rascar, todo es empezar y yo no acabo nunca. A la que me descuidé, ya me había quitado todas las gomitas y comenzado a deshacerme las trenzas, lo cual resulta casi más laborioso que hacerlas, pero como ya era cerca de medianoche, recogió su paraeta y me instó a volver sobre las once de la mañana del día siguiente. - Yo tengo sombrilla, tu no preocupes de nada, me tranquilizó tras alegar que yo, de color nórdico, blanco tocino, suelo preferir la sombra al sol y no se me ha perdido nada en la playa, a la que veo muchos inconvenientes, empezando por la arena, el agua salada y la necesidad de usar cremas con factor protección "untallcaiñá" (50). En vista de mi total ausencia de amor playero, ni siquiera poseo cremas solares. Pero, no pasará nada, pensé, Segunda tiene una sombrilla, desoyendo una vocecita interna que me decía insistentemente "no lo hagas".

 Llegué por la noche a mi casa, y con paciencia de Job deshice las "uncentkebakr" (400) trenzas de la primera edición. Se me quedó una cabeza afro de leona indómita, a mi parecer divina de la muerte. Intenté fotografiarme cual choni delante del espejo, pero la cámara del móvil insistía en ofrecer un imagen de mi belleza totalmente distorsionada, nada que ver con el exotismo que me devolvía el espejo, así que no la reproduzco. Al día siguiente, me lavé el pelo y lo cepillé concienzudamente. Para mi horror, el cepillo se llenó de tanto pelo, que parecía que había estado depilando a Chiwaka. Se supone que perdemos aproximadamente "uncentketab" (200) pelos al día, así que uncentketab multiplicado por "untallcuánts" (30) dan para un hermoso tupé. (Es importante la tilde en la A de cuánts, para enfatizar y alargar la A, porque si se dice una A corta, la palabra significa "cojones" en Manyaco. ¡ No me toques los cuants!) Sobre las 11.30 h llegué al puesto de Segunda, con unos shorts y una camiseta de tirantes, porque contaba con una sombrilla en la que refugiarme del traicionero Lorenzo. Efectivamente, ahí estaba mi amiga, sentada bajo la sombrilla con un vestido largo de estampado multicolor. Estudiamos las fotos con diferentes diseños y ella se puso manos a la obra. Yo le preguntaba cosas sobre su país, y su idioma, del que no se entiende naíca, salvo cuando suelta alguna "espardeñá" en francés o español. Todos los morenos que pasaban la saludaban, en Manyaco o en Olof, que es algo así como el idioma mayoritario de Senegal y otros 12 países africanos, aunque el oficial sea el francés. - Nagaref? (Hola ¿qué tal?) - Magnifí!

Tras separar el pelo delantero que había de servir para trenzar la diadema, comenzó por hacerme diminutas trenzas por la nuca. Yo tenía una bolsa llena de globos de colores cortados en diminutos cachitos sobre el regazo. Sacaba uno, abría el hueco, metía dos dedos y esperaba a que Segunda metiera sus dos dedos por el hueco y se llevara el cachito de globo convertido en goma para rematar la trenza. - ¿Qué color te doy ahora? - Dame uno azul. Igual que en los bares, el hecho de tener clientela llama a más clientela, así que empezaron a venir padres veraneantes con sus hijas, deseosas de de hacerse trenzas o que le ataran un cordón multicolor con cuentas al pelo. -¿Venimos después?, preguntaban los considerados padres al ver a Segunda tan atareada con mi cabeza. -No, no, que lo mío va para largo, que me va a hacer la cabeza entera. Así que cedía turno a las ilusionadas niñas que miraban el creciente número de trenzas de mi testa con gran admiración, y no me importaba, porque ya estaba de vacaciones, y por lo tanto disponía de todo el tiempo del mundo, porque me alegro de que Segunda gane dinero, y porque corría una maravillosa brisa marítima, que hacía mi estancia la mar de placentera, a pesar de que el aire nos había obligado a plegar la sombrilla y beneficiarnos de la sombra proporcionada por una cercana palmera. - Me das suerte, decía Segunda, porque venían muchas niñas a peinarse. Así se sucedieron las horas y las trenzas, de vez en cuando interrumpidas por nueva clientela, y amenizadas por la amigable charla de Mohamed, que es un musulmán senegalés olofparlante, casado con una blanca de La Mojonera, a la que quiere convencer de lo beneficioso que sería incorporar una segunda esposa al hogar. Mi sugerencia de incorporar un segundo esposo al estilo tibetano le ha dejado perplejo y no le ha convencido. - No sabe ná el moreno, dice Segunda y se ríe, porque ella es cristiana y lo de tener que compartir marido con otras esposas no le cuadra.

Tras la uncent-enésima trenza se incorpora Trini, hija de Segunda, a mi sesión de peluquería playera y comienza a hacer trenzas por otro lado de mi cabeza. Trini tiene las piernas largas y esbeltas a pesar de ser bajita. Estudio la perfección de su cuerpo y me muero de envidia. Ha venido con su sobrina de cuatro años, que tiene una cara preciosa y un pandero tan orondo como su abuela. De hecho, cuando la abuela se lleva a la nieta de la mano, observo con una sonrisa como ambas se marchan bamboleando sus respectivos traseros en busca de un aseo en alguno de los hoteles cercanos. La nieta es una calcomanía de su abuela. Mientras, Trini sigue trenzándome y dándome cháchara. Su castellano es perfecto, porque lleva casi toda la vida en España y ya está estudiando bachiller. Dice que el inglés se le resiste y yo le digo, que hablando ya tantos idiomas como habla, un idioma más no debería asustarla, pero claro, el Manyaco no se parece ni por casualidad a ningún idioma indoeuropeo. Cuando regresa Segunda con la divina nieta, que se llama Dominga, Trini ya está rematando la diadema que había iniciado su madre y dice que está considerando volver a abrir las tres primeras trenzas que me ha hecho en la sien, porque no le han quedado suficientemente apretadas. Me niego rotundamente, porque las trenzas a ras del cuero cabelludo son una tortura china, o senegalesa, que yo combato haciendo ejercicios de respiración cual parturienta. Son las 18.30 h. Tengo una sonrisa perenne, porque las trenzas están tan apretadas y tirantes que ya no puedo casi cerrar la boca. Los morenos que pasan me agasajan a piropos. Cuanto más finas son las trenzas, más bellas se consideran. Segunda me ha peinado con mucho amor y esmero. Estoy contenta de que haya acabado, porque estoy pegada a la silla de plástico y porque, a pesar de ir corriendo la silla en busca de la sombra que nos proporciona la palmera, siento un picorcillo en el hombro que me hace sospechar lo peor.

Agradecida me despido de la familia y marcho a casa con la promesa de volver por la noche tras arreglarle una silla tipo fuelle, cuya tela se ha rajado bajo el peso de Mohamed. Cuando llego a casa, mis sospechas se confirman. No es que me haya quemado, me he socarrado viva. Los traicioneros rayos de sol han sabido atravesar o bordear la palmera y parezco un pollo quemado con un soplete. Me unto brazos, hombros, escote, cara y una oreja con un dedo dedo de crema hidratante. Mi piel absorbe la crema cual papel secante. ¡¡¡Madre mía, madre mía!!! exclaman mis ojos al escudriñarme en el espejo, y la puñetera vocecita me corea ¡¡¡ Te lo dije, te lo dije!!!

Hoy es el día después. Me siento más tribal que nunca. Me he tenido que poner un pantalón bombacho, porque era lo más vaporoso que he encontrado. Los muslos están de rojo escarlata, al igual que todas las demás partes del cuerpo que no estaban cubiertas por ropa. Parezco un Sioux o un Apache. Estoy más roja que una lata de Coca-Cola. Las múltiples capas de crema que he ido untándome con la más sensual delicadeza y que aún así hacían que mi mano pareciera una lija del "pallnipló" (7) me dan un brillo, que parezco un cochinillo segoviano recién sacado del horno. Si me clavan un plato crujo. He tenido que volver a ponerme la misma camiseta, porque cualquier otra opción parecía hecha de ortigas. Todos los que hoy me han visto han dicho lo mismo: - ¡Hala, cómo te has puesto! y me han recomendado mutilar mi planta de aloe vera para beneficiar mi maltrecha piel. Creo que me pelaré hasta los huesos. Menos mal que la familia aún no me ha visto, porque sus burlas y chanzas serán inmisericordes, que conozco a los míos. Pero yo estoy feliz con mis uncent nicuásniplo niuntallcuásnipló nicuásnipló trencitas y un mes sin tener que peinarme.

jueves, 25 de abril de 2013

Vida y obra de Plofero Kelsen, primera parte.



Plofero Kelsen, nació en la ciudad prusiana de Krolskraiber, de padre griego y madre analfabeta, a la edad de 19 años, según Vicente. Cansado del esfuerzo, se durmió en el asiento trasero del coche de su tío paterno, que emprendía un viaje de veraneo a la Costa Brava. Esa circunstancia le obligó a inscribirse en el registro civil de Tolosa como si hubiera nacido ahí de toda la vida. Para disimular su verdadero origen decía con frecuencia "sisplau", que quiere decir "perdonen ustedes" y se escribe de otra manera.

Plofero Kelsen fue un filósofo conceptual, gestáltico y en sus ratos libres incluso francófono, posiblemente debido a ese primer viaje entre sueños. Cuando nació ya tenía una espesa barba, de pelo rizado y rebelde, lo que le llevó a pensar que probablemente había nacido socialista o sindicalista o las dos cosas. Debido a su aspecto peludo pensó en comprarse unos pantalones de pana, pero rápidamente descartó la idea, porque, a pesar de ser un espíritu rebelde como los remolinos de su barba, no quería ser tachado de friki nada más nacer. Eso habría restado mucha credibilidad a sus inspiradas y complicadas reflexiones. Por ello, optó por unos pantalones "cagaos" que dejaban ver la goma de sus calzoncillos y se hizo una rasta. 


Nacer después de la pubertad marcó profundamente su desarrollo emocional. Al no conocer a Heidi, Marco, ni Pikachu, sus referentes sobre el bien y el mal eran escasos. Por eso, ni desarrolló particular cariño por las ovejas, jamás se hubiera embarcado en un viaje sin rumbo para buscar a su progenitora, ni evolucionaría en japonés. Cuando Plofero nació, su madre se hizo polvo y su
padre se hizo el sueco. Demasiado mayor para ir de orfanato en orfanato, ni vivir con familias de acogida, decidió hacerse filósofo, para así quedarse con la peña y evitar que nadie le sugiriera buscarse un trabajo. Sus pensamientos eran tan enigmáticos, que ni los más avezados analistas le entendían. Gracias a las redes sociales y a un amigo que fabricaba sobres de azúcar, pronto se hizo
famoso y rico y todos le aplaudían. España entera se llenó de filosofía kelsiana a través de los envoltorios de azúcar, en detrimento de las obviedades facilmente inteligibles de un tal Coelho. Los bebedores de café con leche incluso recibían doble dosis para fundir su propia empanada mental con la de Plofero. Tanta popularidad abrumó al joven Plofero, ya que nunca había sido representante de quinto curso y, por lo tanto, no estaba acostumbrado a lidiar las masas. Decidió retirarse del mundanal ruido refugiándose en una aldea conquense abandonada. Paseando por la campiña cuajada de flores primaverales llegó hasta un precipicio. Se subió en un roca ligeramente sobresaliente y con voz grave que nunca había conocido la vergüenza puberal exclamó: ¡Gronfel, gronfel! y el eco le devolvió: ¡ Gronfel, gronfel! Plofero rápidamente dedujo: no soy un pato, pero aún puede que sea sindicalista. Este descubrimiento le llenó de alegría y además, le dio mucha hambre. Así que rápidamente se encaminó a la aldea vecina, porque tenía un bar. Ahí se ciscó un plataco de morteruelo acompañado de un vaso de tinto peleón, que se le subió a la cabeza. Envalentonado por los efluvios del alcohol, decidió afeitarse la barba y cortarse la rasta. Nada más ver su faz imberbe y juvenil en el espejo de la barbería exclamó: ¡ O sea, o sea, no me lo puedo creer! ¡Soy un niño bien!

Confuso por su nueva identidad, Plofero compró un cuaderno Din A5 y un bolígrafo con la bandera de España. Frenéticamente comenzó a perfilar los cuadritos del papel y luego a rellenar uno sí uno no, mientras su mente urdía planes de liberación para los pollos de granja. También pensó en alistarse en la Legión, pero le pareció que se alejaría demasiado de su querida Francia de paso. Aunque, por otra parte, en África encontraría mucho francófono. Sin embargo, la ausencia de bacon y tinto de verano, así como la certeza de que su madre no estaba ahí le persuadieron de acometer semejante aventura. Era preferible profundizar en la comunicación de su trascendencia mediante 144 caracteres... continuará o no


sábado, 20 de abril de 2013

Chateando con V: Holakelsen a media noche


A: hola
V: Hola, que en alemán debe de ser Holakelsen.
A: me ha gustado la historia de la hostia.
jejeje
suena bien, holakelsen
para nombre de empresa
o de novela
V: La historia de la hostia es verídica.
A: ya
V: A ver si vas a inventar una cerveza
A: holakelsen me está gustando por segundos más
jajaja
lo mejor para refrescar al gaznate en un día de calor sofocante: una holakelsen!!!
muy largo
para cuando acabas de decirlo ya te has ahogado
V: Puede ser, holakelsen, infunde ánimos
Cuando se termina de decir la palabra uno se siente ya muy poderoso
A: jajajaja
V: sobre todo si la dice de forma enérgica
Que se quiten todos, que voy
A: entrechocando las manos
V: Pues sí, hay que entrechocar las manos.
A: si lo dices con un tono de voz más agudo y sonsonete pizpireto parece una saludo
la cuestión es qué significa "kelsen"
V: Si dices holakelsen con voz aguda y encima lo haces sobre un escenario, la carcajada es unánime.
A: Holakelsén = sus vitaminas diarias para encarar el día con energía
Hoy
V: Vitaminas y hormonas y adrenalina
kelsen debe de significar abedul
A: Holákelsen = el oráculo del saludo del más allá
jajaja
abedul?
V: Dices holakelsen y aparece enseguida Teseo para devolver el saludo
A: sen es en alemán lo que en español es ez, de martinez hijo de martin
V: hijo de kel
kel es una marca de champú
A: de holakel
kel de tucha
V: sí, jajaja
y ola del mar
A. nos está dando de sí el nombre
V: con hache, como la hostia
A: olakelsen es más surfero
V: En este caso la hostia se la puede dar uno mismo
como no navegue bien
olakelsen, hijo de la ola
A: si lo hace en una puerta se puede incluso dar una ostia
V: y del kel
Ostia es puertas
en plural
A: pues se hace la tabla de surf con dos puertas
V: Te he inspirado sin querer
Sin mérito alguno por mi parte
A: a ver si vas a ser mi muso
jaja
V: Tu musokelsen
A: jajaja
V: No empesemos con discusiones bisentinas, que decía aquel
...
Conversación de chat finalizada
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lunes, 1 de abril de 2013

Tu nombre me suena a...

Hará unas semanas descubrí que tenía mensajes en Facebook que no había visto. Eran mensajes de personas desconocidas. Me pongo a leerlos y me encuentro con un saludo de un perfecto desconocido que se sabía todos mis nombres, o sea, no sólo el nombre de pila, sino los otros dos que me encasquetaron cuando me bautizaron: Francisca Trinidad. ¡Casi ná'! No suelo contarlos, porque, sobre todo entre los amigos españoles en seguida sale el grito ¡Paca-Trini, jajajaja! Sería fácil pensar que se encuentran en Internet, San Google y compañía, pero no. Salen en mi partida de nacimiento y salían en mi carnet de identidad alemán.

Intrigada respondo al saludo con la petición de que me refresquen la memoria, a ver de qué se sabía ese señor que no me suena de nada tanto detalle. Ayer recibí la respuesta: Año 82. Una noche, una amiga y yo acudimos a visitar a un amigo que era enfermero militar a su guardia nocturna en el cuartel militar. El motivo no era sexual, por si a alguien se le acaba de encender la alarma. El motivo, de hecho, mejor lo cuento algún día, en la que mi reputación digital me importe un pepino, pero ahora no, que no tenemos tanta "confi", querido lector, pero era para buscar solución a una travesura de esas que se hacen a los 15... El caso es que, para poder acceder al cuartel había que dejar en depósito el carnet de identidad. Como por lo visto está terminantemente prohibido leer ninguna otra cosa en la garita que no sean instrucciones militares, el soldado de guardia tenía como hobby memorizar nombres y fechas de cumpleaños de las personas que por ahí pasaban. Tanto le gustaron mis nombres - y foto - que aún hoy se acordaba de todos ellos y se le ocurrió buscarme en Facebook. Según él, Aidana le parecía el nombre más precioso y melodioso que jamás había escuchado y que por eso jamás lo había olvidado. Añade, 'me puedo permitir estos cumplidos porque estoy felizmente casado.(Menos mal, no es un acosador) Aidana Franziska Trinidad tiene para mi algo de misterioso - aborigen, pero de animado, tipo samba y Bernal - Sprekelsen tiene algo de refinamiento aristocrático. Ya Bernal me suena a propietario de una plantación de mandarinos en flor. Sprekelsen suena a jurista y a sabiduría en todos los ámbitos de la vida, o a diplomático... ¡Pasmaita me he quedao! No puedo por menos que sentirme halagada por tanta asociación positiva, aunque en mi fuero interno crea que los  amigotes españoles aciertan más con el ¡Paca-Trini! (léase vociferando mentalmente desde un balcón en un cuarto piso) ¿Qué cosas, no?

martes, 26 de marzo de 2013

Valentias

Ayer fui al Carrefour a hacer la compra después del trabajo. Era ya casi hora de cierra y había muy poca gente, aunque últimamente nunca se ve mucha gente en ningún lado, al menos no comprando. Incluso creo que hay menos tráfico por la ciudad que antes. A pesar de que la oferta de productos es enorme, yo me ciño a mi lista de la compra mental. Procuro no apuntar las cosas, porque si empiezas apuntando el cerebro ya pierde todo hábito de esfuerzo mental por recordar. Ante la abrumadora abundancia de todo, recordé un trozo de programa del reality "perdidos en la selva", que vi por casualidad zapeando. Los indígenas de un pueblo africano habían venido a conocer la vida de sus huéspedes españoles. Entre todo el despropósito me chocó la crítica de una mujer africana: ¿Cómo es posible, que con tanta abundancia de todo haya gente viviendo míseramente en la calle? Así somos, los del "primer" mundo: nos rasgamos las vestiduras por horrores que se cometen allende nuestras fronteras, pero la casa propia sin barrer. Opinamos sobre todo lo opinable; arreglamos el mundo entre café y carajillo; se nos llena la boca de solidaridad y de compañerismo; nos indignamos ante injusticias, desháucios, lapidaciones, violaciones de derechos humanos en países que apenas sabríamos señalar en el mapa.

Así transcurrían mis pensamientos, pensando que en realidad somos unos hipócritas, cuando llegué con mi carrito con la compra de lo imprescindible hasta mi coche. Al momento llega un señor de mediana edad, 40 y pico, 50 y algo. - Señora, 30 céntimos, por favor - me dice estirando la mano. Me sorprende la concreción de la cifra. Es alto, delgado, rubio, de ojos azules, está sucio que no roñoso, las manos curtidas. En su mirada hay bondad, o a mi me lo parece. - OK, - le digo - cuando vacíe el carrito te doy el Euro, espera. Veo como mira la comida. - ¿Tienes hambre? No me entiende. Rompo el paquete de yogures y le doy uno. Caigo en la cuenta de que le hará falta una cuchara. Abro una bolsa de panecillos y le doy uno. Rasgo la caja de quesitos de la vaca que ríe y le doy un puñado. - ¡Señora, gracias! me espeta y se le ve abrumado. Le encasqueto una Shandy marca "la pava". - Gracias, gracias, gracias. Y se lanza a hablar: - Yo Valentias. lskdjañlkdañdfaf Lituania ladkfhadjow. - Yo Aidana. - Dana? laksdjfahdfaj? - No, tu Valentias, yo Ai-da-na. - Ah Dana! Yo Valentias, yo alsñashdfañsdhfa pasaporte lskfasfha rumanski añlskfja dos mesos ( me muestra dos dedos ) laskhfañsd pasaporte dos mesos, yo fiuuu (ademán de avión despegando) ñalksdf yo Alzira mandarina (me enseña las manos curtidas) aksdfhasfd rumanski pasaporte robado lakasdfah embajada laskdfhgad dos mesos pasaporte yo lituania fium! laksdfasjf gracias señora, gracias.

Sigue lo menos 5 minutos hablando. Le sonrío como a un niño pequeño que balbucea y mientras pienso: ¿Y ahora qué? Recuerdo a la mujer africana, recuerdo que tengo una cama vacía, recuerdo los deberes cristianos de auxilio, recuerdo a la gente desahuciada, recuerdo las bonitas palabras de solidaridad, recuerdo haber firmado peticiones para salvar a gente desconocida, mucho más desconocida que Valentias, de Lituania, que ha venido a Alzira para recolectar Mandarinas y a quien unos rumanos le han chorizado el pasaporte y que tiene que esperar dos meses hasta tener uno nuevo, porque los de su embajada son más lentos que el caballo del malo. Pero, ¿cómo voy a meter a Valentias en mi casa, si no lo conozco de nada. Ni siquiera sé si es verdad lo del pasaporte, si lo he entendido bien, si ha dicho rumanos o ha dicho otra cosa. Le intento explicar cómo llegar a la Cáritas. Hago señales, pinto garabatos en el polvo de la luna trasera de mi coche. ¿Y si me lo llevo? ¿Y si le doy cama, aunque sea por una noche? ¿Y si pongo una lavadora con su ropa, que con el aire que hace se le va a secar en un visto y no visto? ¿ Y si Valentias no es lo que parece? ¿Y si me equivoco y me meto el enemigo en casa? Al final, escudándome en mi miedo, en mi cobardía, en que mi intuición ya me ha gastado malas pasadas, en todas las escusas del mundo, le sonrío, le deseo suerte y me marcho, con un nudo en el estómago y con muy mala conciencia. He dejado tirado a Valentias, vencida por mi ausencia de valentía. De camino a casa, sintiéndome mísera, pienso que su nombre es todo un símbolo.

domingo, 10 de marzo de 2013

A Madrid, mon Dieu, je vais, a Madrid

Todo aquel que haya tenido el atrevimiento de ir a Madrid en su propio coche y presuma de no haberse perdido miente como bellaco. Vuelta y media a la M30 no es ná. Cometer el fatal error de saltarse una salida y necesitar 30 km para volver a equivocarse en el mismo sitio, eso es lo más normal. Eso, sin contar con el acojone que da saber que  Madrid está infestado de radares puestos a traición para sacarnos los cuartos a los osados de provincias y a los madrileños con prisas, que son la mayoría.

El sábado pasado tenía que ir a Madrid con mi hijo, con motivo de una entrevista para participar en la Ruta Quetzal, que en la edición de 2013 viaja a Panamá. Uno de los temas para participar en el concurso era "Vasco Nuñez de Balboa y los descubrimientos de los Mares del Sur". Con tal motivo, madrugamos y emprendimos marcha hacia la capital de la patria. Yo había preparado el viaje a conciencia: la gasolina, los niveles, el aire de las ruedas y lo más importante, varias impresiones de la ruta y los mapas para llegar hasta el lugar de la entrevista, el Vicerectorado de no sé qué, que yo tenía perfectamente marcado en el mapa proporcionado por Google maps con una "B" de punto de destino. Tras estudiar los mapas llegué a la conclusión de que encontrar el camino estaba "chupao": en llegando a Madrid, hay que pillar la M30 y tirar por la izquierda por la salida de Badajoz, la A5, sigues toa la curva , tieso hasta la salida A20 y luego zas! izquierda, derecha y yasta! ¿Fácil, no? No.

Llegamos a Madrid, Vallecas a la izquierda, Moratalaz por la derecha y un enorme letrero presuntuoso: ¡Todas direcciones! Por aquí no se va a mi pueblo, que lo sé yo, pero ahí pone Badajoz A5. ¡Es por ahí! Anda un túnel. Los dos a coro: uuuuuuuu. No hay bastantes "us" en el mundo para ese túnel. Eso no es un túnel de hecho, son las gigantescas galerías escavadas por la marabunta, son como mínimo, lo más parecido a un refugio subatómico de una producción hollywoodiense. - Hijo, has visto la película "La máquina del tiempo"? - No. ¿Mamá, estás segura de que es por aquí? - Sí. Hay que ir en dirección a Badajoz, por la A5. Voy a ponerme en el carril de en medio por si acaso y mirar los letreros. Se supone que hay que ir chafando huevos pero aquí hay gente que debe saber sonde están los radares. A mi plim, yo despacico. Pues tienes que verla, sabes. Primero la versión antigua. Salen unos bichos, que viven bajo tierra, se llaman Morlocs. Si no salimos de aquí, nos hacemos Morlocs. - Habrá salidas de emergencia. - Sí, mira, ahí hay puertas verdes a la izquierda. ¿Esos coches de ahí de dónde han salido? Es largo este túnel. Aquí cabe medio Madrid. Lo tienen todo pensado. Cuando el chalado de Corea del Norte le dispare misiles nucleares made in China a los Yankees y caigan en Madrid, porque si fueran made in Japan llegarían hasta América, pero como el Pioyang o como se llame es un agarrado los habrá comprado baratujos, se esconderán todos aquí y se convertirán en los Morlocs. - Si tira misiles a América del Norte los mandará vía Pacífico, que es más corto. No hay señal de radio. No tengo cobertura en el móvil. - No te preocupes, que es por aquí. ¿Ves? otro letrero de A5 y plaza... no me ha dado tiempo a leerlo. Mira a ver el mapa si hay alguna plaza cerca de donde vamos, aunque no me suena de nada. Cielo santo, esto no acaba nunca. Mira, también se puede ir a Burgos por aquí. ¡Qué fuerte, como para cantar u-u-ú todo el túnel! Se hace el silencio entre nosotros. Los kilómetros se suceden, así como las indicaciones "Badajoz A5". - Esto quiere decir algo, hijo. ¿Vasco Nuñez de Balboa no era de Extremadura? - Sí. - Por eso tenemos que tomar la dirección de Badajoz. 20 minutos más tarde: - Mira, ahí está la salida. Jajaja, hay luz al final de túnel. Me estaba dando un yu-yu tanto rato bajo tierra. ¿Has visto mis gafas de sol cuando has buscado los pañuelos en mi bolso? - No. Mamá, esto es feo con ganas. Carbanchel, Cuatro Vientos... - Lee los letreros. Qué pone de nombre de calle? - Paseo de Extremadura. - Ah genial, vamos bien. Mira, salida 10A. Pues seguimos recto y ya llegará la 20A. Veo paradas de autobús. Me siento tentada de parar y preguntar, pero resisto. Mi lógica me dice que sólo hay que esperar a que avance la numeración de las salidas. Efectivamente, salida 11, 12 luego la 13, un letrero de Iker Casillas anunciando lo que parecen ser sus propios campos de fútbol, un letrero que da la distancia a Coimbra. ¡Coimbra es Portugal! - Mamá, yo diría que en el mapa se ven muchas más casas cerca del vicerectorado que por aquí, además, ahí pone Móstoles. Yo creo que por aquí no es. - Anda Móstoles, de donde las empanadillas. Voy a parar en esta gasolinera. Hago un quiebro decidido hacia la derecha y me salgo a una gasolinera, con la esperanza de encontrar también la posibilidad de hacer un cambio de sentido. Estudiamos el mapa. Nuestra intuición, que no certeza, nos lleva a la conclusión de que estamos más cerca del pueblo natal del amigo Vasco Nuñez de Balboa que del vicerectorado. Miro el reloj del salpicadero. El margen de media hora que había calculado se ha empezado a consumir. A partir de la media hora los minutos corren más. Decepcionada por la ausencia de puentes para hacer un cambio de sentido, avanzo preocupada en dirección a Portugal. Al fin una salida. No lo pienso dos veces. Tengo esperanza de volver a encontrarme con otro letrero de "Todas direcciones". Consigo dar la vuelta y encaminarme otra vez en dirección Madrid. Un letrero reza "Madrid 23 km". - En 10 minutos estamos otra vez en Madrid y si hace falta le decimos a un taxi que nos guíe. Como ya me sé al menos la vuelta, voy a pisarle un poco más al acelerador. Pon algo de música clásica quieres, que el chumba-chumba me está poniendo de los nervios. Avanzo, me acerco, Madrid cada vez más nítida y otro letrero: "M30 (bien), todas direcciones (bien), ¡túnel!". ¡Ah no! No me vuelvo a meter por el dichoso túnel, que seguro que no volvemos a ver la luz del día hasta Zaragoza. Esta gente está muy mal, pero al que consiga aclararse con este laberinto de túneles le tiene que pegar un subidón de autoestima impresionante. Me salgo por un camino de servicio y freno en seco al descubrir un transeúnte. Bajamos la ventanilla del copiloto y al unísono le gritamos: - ¿Perdone, nos puede ayudar? El señor es amable. Nos sugiere aparcar detrás de su coche. Salgo agitando los mapas. - Disculpe, ¿dónde estamos según este mapa? Me da ganas de decirle que los cabrones de Google hace mil años que no renuevan sus mapas. El señor sugiere volver a sumergirnos en el subsuelo de Madrid. Nos negamos tajantemente. Tiene que haber un camino sobre la faz de la tierra, con sus semáforos, sus pasos de peatones, casas, algún que otro parque, algún perro meando, vamos, que deseosos de ver lo que sea de Madrid. - ¿Y si sigo todo recto por esta carretera no llego a la M30? - Ah no, es que esta carretera al final está cortada. O vuelven a bajar por el túnel o la próxima a la derecha, hasta el semáforo, en el semáforo a la izquierda hasta el puente, después del puente a la izquierda, luego todo recto y ya verán alguna indicación con la salida de Moncloa, porque si van hacía la derecha, luego tienen la salida de la A6, que le lleva a Burgos y por ahí se pueden perder. Es mejor que se vayan la próxima a la derecha, hasta el semáforo y en el semáforo a la izquierda hasta el puente y luego otra vez a la izquierda y llegan al puente de los Franceses, que sino se van a perder y salirse por la salida de Burgos. Está a punto de entrar en un bucle y volver a empezar. Le freno. - No me diga más, que si no me lío. Muchas gracias caballero. Me monto en el coche descorazonada. - ¿Qué te ha dicho? - No he entendido un pijo, pero la próxima a la derecha y el primer taxi que veas lo paras. - Vamos a llegar tarde. - Nooooo. Vamos a llegar bien. Nos quedan 15 minutos. - Pero si no sabemos donde estamos. - Ten fe. - Te acabas de pasar la próxima a la derecha. - No pasa nada. Habrá otra. Esta no, que es dirección prohibida. Mira, esta por la derecha y anda, hay semáforo y todo. Ahora la izquierda. - Ahí hay una sucursal del BBVA, que es el patrocinador de la ruta Quetzal. Tiene que ser una señal. Nos reímos nerviosos. Un puente. Cruzamos. Me coloco para doblar a la izquierda. - Mira a ver el mapa. - Aquí dice Avenida de Valladolid pero la raya que te ha marcado el programa va por el otro lado del Manzanares y acabamos de cruzarlo. - A freír monas las indicaciones de Google. De momento lo que nos ha dicho el señor existe y la Avenida de Valladolid va hasta casi el final de nuestro destino. Mira, ahí pone Avenida de Valladolid. Vamos bien. Miro el reloj: vamos mal. Quedan 8 minutos para llegar a tiempo a la entrevista. Avanzamos. La Avenida de Valladolid es larga, no tanto como el túnel, pero se me está eternizando. Por fin se acaba y llegamos a una encrucijada tipo "todas direcciones" pero "ningún letrero". Según el mapa solo nos quedan unos pocos metros. El izquierda, derecha, zás: la "B" - Pregunta al ciclista. - Uyyyy, dice el ciclista. Lleva la equipación completa en negro y amarillo. Parece una enorme avispa en bicicleta. - La verdad es que el vicerectorado está detrás de ese edificio, pero los fines de semana cortan el acceso. Se tiene que ir por ahí delante, por donde la furgoneta azul, y subir hasta Moncloa y luego bajar por ahí detrás, o va por allá, todo recto y toma la salida de Burgos y cuando pueda se sale otra vez y vuelve hacia atrás. Pero yo iría por donde la furgoneta azul, y sino por el otro lado, por la salida de la A6. Otro que entra en un bucle. - Es que en bici es diferente que en coche sabe? - Lo sé. ¿Y ese camino de ahí en medio? Señalo un semáforo que queda justo a mitad entre la subida de la furgoneta o el infinito en dirección Burgos. El ciclista ni se gira. - No, tiene que ir por la cuesta o todo recto y luego volver a bajar. - Vale, vale. muchas gracias. Faltan 6 minutos para la cita. Ignoro por completo las instrucciones del ciclista. Recuerdo que hace años ya me perdí por la salida de Moncloa. Estoy sudando. Me decido por el camino de en medio, ni la cuesta, ni la salida de Burgos me inspiran confianza y es demasiada vuelta. Un letrero que reza "Universidad y Residencias Universitarias" me da esperanzas. Sigo la senda, equivalente al izquierda, ras, avanzo, doblo obligatoriamente a la derecha, ras, y ¡zas!, un montón de gente a ambos lados de la calle. Padres e hijos.  Bajo la ventanilla para preguntar, pero antes de abrir la boca me dicen: - Sí, la Ruta Quetzal es aquí. Nosotros también nos hemos perdido, dicen riéndose. El reloj marca 10.56 h. Me han sobrado 4 minutazos. ¡Soy un crack!